Cucaracha

Una palabra donada por Eléonore Mialonier


¡Evaaaa! Acabo de descubrir que puedo respirar sin cabeza y tengo, además, la valiosa información de que el cuento va a terminar en unas horas (un par de días, tal vez), a causa de una inanición previsible. 

Estoy poniendo, en primer lugar, todo mi empeño en mantenerme en pie. Confío para tal propósito en una inercia instintiva propiciada por las secuelas de un sistema nervioso desarraigado de la fuente de impulsos, lejos del laberinto del oído interno que solía encargarse de mantener mi equilibrio, hasta hoy. Así pues, mi yo decapitado se mantendrá en pie. Creo en ello. ¡En pie!

Mi testa me mira desde su posición a ras de suelo y es testigo de cómo me dirijo, osada y ciega en esta calle de mi barrio, hacia el platón delimitado por los dos mangos de una carretilla mal ubicada. Mi cintura reposa en unas caderas que, me he dado cuenta, cada día son más anchas. Éstas parecen haber encontrado en esa carretilla el aparcamiento idóneo y hacia él se precipitan. Digo «mi testa me mira», pero ya sabes que en realidad yo también soy esa cabeza, la que te habla, por cierto. ¿Cómo? No, no puedo colgar, el auricular del móvil está en el oído derecho, la mejilla izquierda está tocando el suelo. Así que, hasta que no se agote la batería, aquí me tienes.

Amiga, resulta dramático y doloroso ver el resto de mí abocado al declive, a arrastrarse sobre los rastros de un derribo, a ser testigo directo de un derrumbe pasado, a comerse -en definitiva- esa montaña de polvo que sobresale de la carretilla. La única ventaja que veo en todo esto, así, desde la pobre baldosa que sostiene mi cara, es que esa suciedad no me entrará en los ojos. ¡No te burles!

(c) IPM, 09 2017


Tengo la vista cansada, pero desde mi plano, el espectáculo que está dando mi cuerpo camino de la carretilla es grotesco. Por fin una mano enorme me ha retenido plantándose en el pecho de mi cuerpo emancipado y, en perfecta armonía, una segunda mano se ha apoyado sobre mi espalda. La verdad es que no sé si noto el calor de un abrazo o si estoy reviviendo un recuerdo de algo que me despertaría una sonrisa, si no fuera porque la comisura izquierda de mi boca tocaría el suelo. Beurg.


El caso es que esas dos manos han evitado la plongée, el desplome de mi tronco hacia la carretilla. Un par de latidos fuertes han debido de dar las gracias a esos dos brazos… Y creo que lo de abrazarme al cuerpo desconocido que acompaña a esas extremidades habrá aportado más calor y fragilidad a este encuentro que, sin duda, sigo viendo desde un punto de vista y viviendo desde otro. Es extraño saber, por un lado, lo que uno está percibiendo (aunque pueda confundirse con memoria) ignorando, por otro, lo que uno trasmite. Tengo la impresión de que el mando a distancia está echado a perder sobre una baldosa en la acera. Yo. Yo. Yo… ¿Eva? Ah. Sigues ahí.

La persona a la que abrazo -te decía- no ha oído el gritito que emití asustada al ser testigo impotente del peligro de la carretilla hacia la que se precipitaban mis remotas piernas. Lo sé, tú sí lo habrás oído, pobre. Casi te dejo sorda al teléfono… Pero, para mi cuerpo, mi voz queda lejos, ¿entiendes? Tampoco creo que esté notando mi aliento, ese que creo exhalar por puro alivio. No obstante, mi mejilla -la que no está apoyada en el suelo y sostiene este cable manos libres por el que te hablo- sí nota la calidez de una humanidad ajena y amiga. Estoy bien en ese abrazo en el que habita mi cuerpo decapitado junto a una persona de dos manos acogedoras, olor a lavanda y un pellizco de sudor. Y es real, aunque mi sentido común me dice que debe de ser un recuerdo y no una sensación real… A ver, ¿cómo va a llegar el calor, el olor, el sentir…? ¿Por wi-fi? 

Eva, todo esto debe de tener su razón de ser en esa tendencia biológica de la que me hablaste: el lanzamiento de pequeños cambios. Nunca entendí qué querías decir, la verdad, con lo de hemimetabol, hemimetaba, hemimetabolismo… Eso. Pero está claro que con «pequeños cambios» no te referías a mi decapitación. Eso ha sido radical. Qué idea, por cierto… 

Sin embargo, lo tengo cada vez más claro, ahora que estoy con una mejilla en el suelo y un tronco dejándose abrazar al borde de una carretilla: Los pequeños cambios son esas pequeñas mudas en la vida que hacen que la evolución no conozca pausa alguna. Es decir, que esta evolución no tiene etapas visibles porque toda ella es un estado de transición constante. Y eso hace que toda la retahíla de cambios solo sea perceptible desde fuera, desde la distancia. Es desde esa distancia -propiciada por mi inaudita desunión de cuerpo y testa- que mis ojos me permiten estudiarme. Estoy desmembrada y, gracias a ello, me ha nacido la lucidez de saberme una ninfa que no llegó a hibernar y que, sin embargo, ha despertado adulta, sin más. Un imago al que veo por primera vez en su contexto y al que, a la vez, le falto yo, su…







|Texto: Irene Pomar|

Todos los derechos reservados Registrado en Safe Creative

Cucaracha
De cuca1 ‘oruga de mariposa’.
1. f. cochinilla de humedad.
2. f. Insecto ortóptero, nocturno y corredor, de unos tres centímetros de largo, cuerpo deprimido, aplanado, de color negro por encima y rojizo por debajo, alas y élitros rudimentarios en la hembra, antenas filiformes, las seis patas casi iguales y el abdomen terminado por dos puntas articuladas.
3. f. Insecto propio de América, del mismo género que la cucaracha, con el cuerpo rojizo, élitros un poco más largos que el cuerpo y alas plegadas en abanico.
4. f. tabaco cucarachero.
cucaracha martín
1. f. desus. Mujer morena.
tabaco de cucaracha

Real Academia Española © Todos los derechos reservados

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.