Honradez

Una palabra donada por Maje Wheels
 
honradez.
(De honrado).
1. f. Rectitud de ánimo, integridad en el obrar.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados
 
Dr. Arthur Durham, 1850 – 1930
Microphotograph of Traverse Section of Wood (Salisburia),1870s
albumen print,image: 3 1/2 x 3 1/2 in. (8.9 x 8.9 cm) support: 34.3 x 25.4 cm (13 1/2 x 10 in.)
Gift of Mary and Dan Solomon, 2006.170.4
National Gallery of Art / NGA Images
El relativismo por el que a menudo abogo se está convirtiendo en un estorbo. Si la honradez es como el aceite de oliva… Aunque no entiendo la vida sin él (el aceite), sin embargo, no sabría convencer a alguien de por qué es mejor que la mantequilla. Es molesto empezar diciendo que, como con el aceite, tal vez sea una cuestión de gusto admitiendo que la vida sería posible sin él, sin ella. En cuanto a la honradez, todo avanza mucho más rápido sin ella, todo se obtiene más fácilmente y, para más INRI, prescindir de ella no siempre implica hacer daño a alguien, mientras que contar con ella puede doler. Así que, sinceramente, ¿qué perdemos sin ella? ¿qué ganamos con ella?
En este enjambre de flechas que van de un «¿qué pasaría si?» a otro, en este cúmulo de símiles absurdos e infructuosos de los que sólo he osado mencionar el del aceite, enredada en una retahíla de nociones sobre lo imprescindible que se desdoblan en dudas… No he concluido nada. Para simplificar la tarea me he lanzado a la lectura de lo sociopolítico y me he dado cuenta de que no llegaba a una definición; sí, he constatado una carencia pero lo inquietante es que he empezado a permitirme el lujo de juzgar a los presuntos presumidos de estar implicados en asuntos no asumidos… Y me he perdido. Juzgar, no gracias, no es lo que me corresponde, aunque quedo atenta al insistente ardor de estómago en el que mi estupefacción ha decidido somatizarse. Ese ardor de estómago se anuda al diafragma cuando periódicamente me implico en situaciones cercanas en  lugares donde sé que esa cosa llamada honradez, que no sé si es tan importante, brilla nuevamente por su ausencia. Cuando está no la veo, no la necesito y no la menciono pero cuando no está, esa ausencia, es flagrante; se manifiesta despacio, con pequeños gestos que serán hábitos, hasta que la carencia empiece a producir el efecto de la carcoma en la silla. Sólo deviene visible si uno la vigila o cuando la silla ya está hecha pedazos. 
Paso 1: «-«
 
Me he detenido en una primera etapa a la que llamaré «(…)-logía negativa». Si Diógenes Laercio logró activar la teología negativa para hablar de Dios, por qué no intentar hacer lo propio con una palabra más mundana y sin ninguna conclusión obligada sobre su existencia. Si el diccionario no logra darnos más que una frase breve para definirla, ¿quién soy yo para prolongar su significado?  
Breve (…)-logía negativa de la honradez:
 
No esconfundir síntomas con causas. Dejar de estornudar no es dejar de tener la gripe. La protesta es un indicativo. Hacer oídos sordos no implica que hayan dejado de hablarte. Que hayan dejado de hablarte no implica que no tengan nada más que decir. Llegado el caso, que no se sepa qué más decir, es puro cansancio y -probablemente- esperanza silenciosa y -seguramente- la exigencia explícita de que la situación debe mutar ya.
No es un sobre cerrado y otro abierto; siendo ambos supuestamente elegidos aleatoriamente pero acordes con los intereses de individuos que han sido bien seleccionados.
No es diferenciar las consecuencias de los efectos colaterales; un criterio según el cual la consecuencia es beneficiosa para una lista bien definida de individuos y, por otro lado, el efecto colateral es un fenómeno inevitablemente nocivo para una masa sin nombre.   
No es un mejor sueldo a cambio de más precariedad. No es más precariedad a cambio de un mejor sueldo. No es un peor sueldo a cambio de menos precariedad. No es más precariedad a cambio de un peor sueldo. No es sólo un sueldo. No es precariedad.
No es una rueda de prensa sin preguntas. 
No es un debate donde todas las réplicas constituyen un monólogo monolítico monotemático y… mono.
No es confundir ideas con principios. Ideas hay muchas y los principios son pocos, pactados y… ¿pueden cambiarse los principios? ¿pueden intercambiarse por ideas?
 
De nuevo, no he concluido nada.
Paso 2: «+»
La historia de Ernesto, un niño de mi clase de 5º de EGB. 
Advertencia: Esta pequeña anécdota ocupa mucho espacio en mi memoria y puede que demasiado en una entrada dedicada a una palabra con una definición tan breve.
Es la hora de matemáticas y tiene que salir a la pizarra para escribir la suma sexagesimal que le han dado como deberes. Los ha hecho todos y sale tranquilo pensando que aunque los otros 4 niños hayan hecho mal el cálculo, él, que tanto trabajó anoche, no ve ninguna razón para haberse equivocado. Así pues, empieza a escribir con la tiza lo que hay anotado en su cuaderno. Primero, los segundos.
La profesora, la maestra, tiene una voz chillona. Puede sonreír, reír, ser amable y comprensiva, pero es conocida por la capacidad de su voz de alcanzar los decibelios necesarios para intimidar al más sereno de los alumnos. Sin embargo, Ernesto sabe que hoy no va a oírla. Sigue escribiendo los minutos y, cuando está escribiendo los grados, esa aguda voz vocifera a sus espaldas: “¡¿ Me estás tomando el pelo?!”. Los 2 segundos que tarda en escribir ese último número 5 se le hicieron eternos pero no fueron lo suficientemente largos para respirar y tener el coraje de girarse.
– Te estoy hablando, ¡¿has copiado?!”
Sin bajar la mano con la que sostiene la tiza, mirando al suelo, dice: “No”.
– Estás mintiendo.
Ernesto no entiende nada. Mira lo que ha escrito en su cuaderno y es exactamente lo que hay en la pizarra. No había copiado…
– Ernesto… ¿has copiado?
– No, responde girándose y enseñándole el cuaderno.
– Para escribir la misma operación que tus compañeros, con los mismos errores, no hacía falta que salieras. ¡¿Has copiado?!
– No. Ernesto no entiende… ¿había escrito lo mismo que sus compañeros? ¿errores?…
– Ernesto, reconoce que has copiado o tendré que echarte de clase.
Silencio
Silencio
Silencio
– Ernesto. ¡Ernesto!
Silencio
Silencio
Silencio
– Fuera.
– ¿Qué?
– Fuera de clase. ¡Coge tus cosas y al pasillo! ¿Crees que soy tonta o qué?
Ernesto se va con su cuaderno, sólo retrocede para dejar la tiza.
– ¡Y no entrarás en clase hasta que admitas que has copiado!
Se sienta en el pasillo. Cuando la clase termina, la maestra se detiene a su lado, erguida. Él levanta la cabeza para mirarla.
– ¿Vas a reconocerlo? Escucha, tú no eres así… ¿Por qué has copiado?… Ernesto, para entrar en clase de lengua debes decir la verdad.
– No he copiado.
– Bien.
La clase de lengua ha terminado y todos se van a casa. Al día siguiente, la maestra tampoco le deja entrar. Ni el miércoles, ni el jueves… Cada vez que ésta pasa a su lado lo mira, espera 3 segundos benevolentes y sigue su camino negando decepcionada con la cabeza.
El viernes transcurre rápidamente. Al llegar a casa su madre le pregunta si ya le han dejado entrar en clase. Al decirle que no, su padre le sugiere: “¿pero por qué no dices que has copiado y ya está?
“Porque para entrar en clase tengo que mentir.”
Decía, pues, que esta pequeña anécdota ocupa mucho espacio en mi memoria y puede que demasiado en una entrada dedicada a una palabra con una definición tan breve. Pero es una pista. La única que he encontrado después de tanto tiempo para escapar del bucle de las definiciones negativas y entender de nuevo que la honradez no es simplemente decir la verdad, sino vivir conociendo la mentira y considerando que su innecesidad es obvia. Un desafío a la rectitud como “distancia más breve entre dos puntos o términos” o como “recta razón o conocimiento práctico de lo que debemos hacer o decir”.
La buena noticia: al final entró en clase, sin mentir.

| Textos: Irene Pomar |

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