Botxito

Querido Iñaki:

Hará unos tres años que fui a Bilbao con una amiga, en un coche prestado. Partimos de Barcelona, ciudad natal que redescubrimos cada vez que volvemos de nuestra actual casa llamada Francia. Fue desde la Ciudad condal que decidimos arrancar hacia nuestra desconocida del Norte para visitar a otra compañera de batallas de esas Galias ajetreadas.

Así pues, decía, en un coche prestado, nos adentramos en las verdes curvas de esas montañas -que debes de conocer como la palma de tu mano-, esperando desembocar en el gran hoyo, ese Botxito que nos aguardaba con reducciones de velocidad inesperadas a la entrada y que nos despediría con una amable multa de tráfico. 

Entre esos dos hechos, no obstante, pudimos descubrir una ciudad en la que el breve tiempo nos permitió largos paseos con cortas estancias. Disfrutamos de los trayectos y los andares sin obsesionarnos por esos destinos que los turistas tendemos a imponernos cuando visitamos un lugar nuevo. Así pues, recuerdo la luz, el agua, la gente, la comida, el monumental Guggenheim, la Sala Rekalde y una noche de concierto escuchando a Smile, grupo de Getxo (uno de sus componentes es el hermano de nuestra amiga). En esa sala, estuve rodeada de centenares de personas, grupos de amigos desconocidos, de amigos de amigos que me intrigaban, de saludos que se cruzaban a la misma velocidad que las miradas, fotografías robadas con muecas improbables y un ruido familiar que te sumerge en una atmósfera que no te pertenece pero en la que flotas con total comodidad.

No sé si Ruth y tú estabais ahí ese día y no estoy segura de que sonara esta canción pero mis recuerdos se han construido con este ritmo de guitarra en la que seguro encontraréis los pasos para cerrar los ojos.