Anonadado


Una palabra donada por Pilar Mun

Hola:

No sé si es porque me encuentro en mi cuarto de adolescencia, donde me decía que algún día escribiría (y enviaría) una carta especial, o si es porque acabo de oír un monólogo de Dani Rovira donde contaba cosas de su abuela, pero aquí estoy. 

¿Cómo estás?

Vaya, acabo de darme cuenta de que me he equivocado de boli, pero me he prometido a mí misma que iba a escribir esta carta del tirón. Así que ya me perdonarás si ahora queda con tinta azul.

Disculpa la mala letra. La verdad es que escribo apoyada en un libro de Peter Pan, de tapa dura. Esta noche tengo poco sueño (serán las vacaciones) y, sin embargo, estoy echada, por si me duermo. Así que espero que la coyuntura sirva de justificación para los problemas formales que puedas encontrar en estas líneas. ¿Se entiende la letra? Bien.

Suena Zappa en la radio. Intentaré que no me desconcentre. Creo que ya te conté que si no escucho la radio es como si no fuera de noche. En el momento en que he cogido los folios (estos que, si no me he acobardado, estarás sosteniendo) no tenía muy claro de qué iba a escribirte. Solo sabía que te iba a escribir a ti. ¿Por qué? No lo sé. Supongo que es algo parecido a lo que me ocurrió la primera vez que te vi. Ese día pensé que tenía que conocerte. «Tenía que» no como una obligación, sino como certeza. De algún modo sabía que iba a conocerte y que eras (eres) una persona que estaría cerca. Cerca, sí, porque lejos no tendría ninguna gracia. Espero saber expresar lo importante que es para mí que esto ocurra. 

(c) IPM, 15-01-2018
Creo que he… te he molido a palos. Vaya. Sin tocarte, has quedado reducido a una inexistencia total, a la carencia absoluta de todo. Mientras, yo sigo con una sensación insustancial, coherente, claro está, con tu estado. 

No quería matarte. De hecho, sigues vivo, así que venga… Sólo pretendía compartir contigo la bruma, mi pasaje diario por una niebla espesa que tiende a rodearme cuestionando la eficacia de mi líquido de lentillas. 

¿Sabes? Cada noche las almaceno -las lentillas- cuidadosamente. Como tengo la misma graduación en ambos ojos, podría parecer inútil, superfluo, mi ritual de depositarlas siempre en el mismo círculo de plástico. La izquierda, en el izquierdo y la derecha, en el derecho. Así. Por las mañanas, abro primero el lado izquierdo del botecito y luego, el derecho. Es importante ponérmelas justo después de la ducha, ya que así aplico con acierto la crema para el contorno de ojos, el antimanchas y la hidratante. Además evito pringar mis lentillas de esos productos algo grasos, sin parabenes, eso sí, elegidos de forma meticulosa según los criterios de calidad y precio acordes con el sueldo y los gastos del mes en curso. 

Hoy, lo sé, te he dado una paliza de tres pares de narices. No lo tenía planeado. La verdad es que me he ido con un sabor de boca anticuado, rancio. Para contar el estado en que mi cuerpo se hallaba antes puedo aportar el dato de que no estaba enfadada, ni por un segundo. ¿Alguna vez has ido a un concierto y has sentido que tu vientre es una suerte de recipiente lleno de agua caliente, en el que se sumerge una aspirina efervescente? Sí. Toda la solución, sus burbujas, inunda tu cuerpo y lo calienta invadiéndolo; una explosión de familiaridad, aventura, descubrimiento… y noche. Es muy agradable, ¿verdad? Es lo más cercano a la plenitud que una puede estar. 

Pues, verás, lo que sentí justo antes de propinarte esa suerte de paliza fue exactamente lo opuesto: implosión, frío, no sé. Hicieras lo que hicieras, dijeras lo que dijeras, no supe reaccionar, ni encajar ni digerir. Se me hizo bola y, cuando se me hace bola, me concentro en la logística. Pienso en cómo disolverla. Por eso no me enfado nunca. Tampoco conozco muy bien la razón por la que procedí a neutralizarte. Si no lo recuerdo -mira el lado positivo- es porque no soy rencorosa. Sí podría describirte, segundo a segundo, la coreografía de tus ojos, el temblor de tus labios sostenidos por una mandíbula inmovilizada y cada una de tus muecas minúsculas luchando por esconderse en una pose hierática insostenible. Todo ello podría protagonizar un verso lo suficientemente imperfecto como para resultar entrañable, incluso bien escrito. No obstante, no temas, no cometeré la morbosidad de recitártelo. No me gusta ir por ahí regodeándome de los golpes que asesto, sobre todo cuando lo hago sin hacer nada, con una pátina de indiferencia racional y razonable que deja todo ápice de rencor por mi parte tan bien cubierto, que es imposible sospechar de la legitimidad de mis actos.

En cuanto a la cuestión de tu inexistencia total, creo sinceramente que es pasajera. Piensa que ese jarro de agua fría (sí… vamos a dejar de llamarlo «paliza») es el resultado de no haber sabido… 

¿Recibiste mi carta? ¿La especial? Vaya, tal vez debí terminarla y enviarla sin temor a que te abrumara…


|Texto e imagen: Irene Pomar|

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anonadar 


De a-1 y nonada.
1. tr. Reducir a la nada. U. t. c. prnl.
2. tr. Abrumar o dejar muy desconcertado a alguien.
3. tr. Apocar, disminuir mucho algo.
4. tr. Humillar, abatir. U. t. c. prnl.

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