Ápice

[Una palabra donada por María Cr.]

Algo hay en el día a día que se relata como si se esbozaran puntas, es decir, los brotes desarrollados que tienen las astas de los ciervos. Parece que se ramifican, pero, al final, esas puntas son sólo nonadas, como llaman a esas partes pequeñísimas, a las cosas insignificantes de valor que se adhieren tanto a las cuestiones delicadas como a las partes delicadas de una cuestión. Dificultades que se amalgaman con la cima de algo que nos alegra, impresiona y apasiona.

Perros abandonados, balnearios soviéticos desvalidos, balnearios nuevos y relajantes en la plaza del gran parque. Qué verde. Y hay naipes en las escaleras que llevan al que fue el balneario donde iba Stalin, aquí en Tskaltubo. Estaban ayer y ahí siguen esta tarde. A qué juegan. Están en ese par de escalones que sirven de peana, un trampantojo sabihondo que conduce la mirada hacia el edificio que lleva abandonado a sí mismo desde los años… ni se sabe. Qué gris osado camufla colores que sólo se ven de cerca en mármoles y techos agrietados.

Una fuente apagada en el patio interior de nuestro hotel señala la hora de dejar de jugar al pimpón con la izquierda. El billar se nos da peor. Altavoz gigante para música chillout de ascensor. Altavoz pequeño bluetooth para música elegida por el grupo en spotify. Sonríe la señora del vestido rojo anaranjado con mangas cortas y cinto negro, talla 48 según la etiqueta que sobresale.

Mañana, cueva con una cavidad de veinte metros de altura. Mientras por aquí viajo, alguien piensa en mí en el parque de mi barrio en Vallecas y le cuento de las galletas de chocolate, mi khachapuri, su gazpacho, que mañana vamos a Batumi… Antes veremos dos monasterios, le digo, y después nos separaremos del grupo para reunirnos con la familia de mi amiga. Comento, además, que aún no sé por qué hay pinturas de Jasón y los argonautas en la cueva de Prometeo (la de los 20 metros de cavidad). Le digo que no sé si son auténticas, creo que no… Imposible. Pero seguro que ahí, en esas cuevas, ocurrió todo: Prometeo encadenado, Jasón y Medea…

Tbilisi, Tskaltubo, Kutaisi, Bagrati, Gelati… En Batumi, Torre Trump, Faro ocultado, oculto en el puerto turístico transitado. Tormenta, viento huracanado y nosotros en hato debajo de un toldo de una cafetería cool del paseo marítimo donde se arremolinan mesas huyendo de las goteras. Por fin estamos cerca del faro, pero entre esa lluvia horizontal, el secado de sillas y la marabunta de la que formamos parte, resulta imposible imaginar la época en que el fanal parecía ser alto, punta que orientaba a barcos y enorgullecía a habitantes. Al parecer sólo hace unas décadas de eso.

Ciudad del siglo XIV con edificios del XIX. Casa de la maternidad, un bloque de dos alturas frente a la casa de nuestra familia que es un prisma rectangular altísimo y gris. Estamos en el bajo y, desde el balcón con un cenicero, el hermano cuenta gesticulando que podría hacer una película con las anécdotas. Su padre se despertaba diciendo «3 niñas, 1 niño» o «2 niños, 1 niña», en función del volumen y la cantidad de llantos que cada noche le desvelaban desde el edificio de enfrente. Un día, una mujer estaba dando a luz. Tal era el dolor, que empezó a gritarle al futuro padre: «¡Este dolor lo tengo por ti! ¡por tu culpa!» El hombre -tal vez dolido- esperaba en la calle. Antes había ahí unos árboles japoneses que llegaban a la ventana del segundo piso, donde la mujer seguía voceando y pariendo. Al hermano de mi amiga no se le olvida la imagen de ese hombre trepando por uno de los árboles y a las enfermeras, desde el balcón, intentando impedir que alcanzara el extremo de las ramas.

En la página anterior de la libreta viajera donde guardé la gráfica del electrocardiograma de la revisión médica, anoto que somos dos observadores en el vagón de este metro. Él viaja con su chico y un par de maletas y yo llevo chaqueta. A mi derecha -al frente del otro observador- se hacen selfies y yo procuro no aparecer en ellos. A mi frente -a la derecha del otro observador- whatsapp, seguro. Pero, perdón, me voy por las ramas. Aquí ya estoy en la línea 1 y me estoy dirigiendo hacia mi parque en Vallecas, el de las tetas. A ver qué nos contamos hoy que estamos cerca.

Texto e imagen: Irene Pomar

ápice
Del lat. apex, -ĭcis.

  1. m. Extremo superior o punta de algo. U. t. en sent. fig.
  2. m. Parte pequeñísima, punto muy reducido, nonada.
  3. m. Parte más ardua o delicada de una cuestión o de una dificultad.
  4. m. desus. Acento o cualquier otro de los signos ortográficos que se ponen sobre las letras.

estar en los ápices de algo

  1. loc. verb. coloq. desus. Entenderlo con perfección, sabiendo todas sus menudencias.

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