Esfuerzo

POR ESPORAS

En el alféizar veo la maceta. Solía contener una planta carnosa, de nombre desconocido, que nunca tuvo buen aspecto. Debí imaginarlo: esto no es el jardín de mi madre, ni hay sol ni hay tiempo. Fue precisamente ella quien insistió en regalarme un brote. El pobre tardó lo mismo en crecer que en morir. Ahora queda una vasija de barro apoyada sobre uno de los barrotes blancos de la ventana de este bajo. Al fondo, pasan perros que desconfinan a sus dueños y batas de vecinas con pantuflas.

Antes, cuando podíamos ir a trabajar cada día, esas personas me ayudaban a decidir qué ponerme. Aunque llevaba el móvil encima a todas horas, siempre ignoraba su parte meteorológico. A la hora de elegir entre chaqueta y americana, confiaba en cómo se había vestido el primero que pasara.

Ahora todo lo miro desde esta mesa, en un salón con vocación de oficina. Aquí me rodean las tareas pendientes. Carpetas, libros y cuadernos señalan cada uno de los asuntos. Las llamadas y los correos, también, aunque últimamente me roban aire con cada notificación y me propinan latidos duros, sonoros, demasiado veloces e insistentes para mi gusto.

Hace un rato, mientras hablaba por teléfono late que te late, han acudido al rescate un bolígrafo y una servilleta de papel. Han aparecido frente al teclado del ordenador. No distraen con maldad, pero el resultado era de esperar: flores con sus tallos, pétalos, rayos, rayas, hojas, palos y flechas. Título de la obra: Desatención. Técnica: tinta azul sobre celulosa. Contenido de la conversación telefónica: no sabe, no contesta.

De repente, una canción se filtra por la reja blanca de mi ventana: “Busco un centro de gravedad permanente que no varíe lo que ahora pienso de las cosas, de la gente…” Los latidos son ahora cálidos y líquidos, juguetones y -a la vez- respetuosos con la música. Levanto la vista para asomarme por encima de la maceta y averiguar quién emite. Nadie. Al lado de los garabatos escribo con el rigor que solía caracterizarme: “Batiato”, “Batiatto” y “Battiato”, de las tres maneras, por las dudas. Hora de cerrar los ojos para ver mejor la melodía.

Al abrirlos estoy en pie, ¡bailando! La silla ha salido rodando y yo resoplo e inspiro dando la espalda a la pantalla, a los asuntos y a la eficacia. Con las palmas, el saxo y los coros, mis capacidades son esporas que vuelan hacia la ventana. Su misión: dividirse sin parar hasta crear nuevos seres en nuevos lugares. Paso a paso y girando las caderas al ritmo del sintetizador, miro mi maceta yerma y me despido con una reverencia de las ganas de ser productiva. Con ella arranca el ritual para pedir que mis capacidades exiliadas broten en el alféizar de alguno de esos transeúntes. Por fin daré las gracias -aunque sea por esporas- a los que me ayudaron a vestirme tantas mañanas legañosas.

Este relato está dedicado a la palabra ESFUERZO donada por Antonio Rubio y Eduardo Torner.
Este texto ha sido escrito en el marco del curso de Técnicas Narrativas impartido por Néstor Belda, a quien agradezco su lectura y comentarios.
Texto e imagen: Irene Pomar

(c) IPM, Cosas que garabateo mientras escucho (o no), oct. 2020

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