LAS NORMAS SON LAS NORMAS
– ¿A qué hora dices que has quedado?
– A las tres y media.
– ¿Estás seguro?
– ¡Que sí, leche! -levantó la voz, tras la que le parecía la enésima vez que Raúl preguntaba lo mismo. ¿Acaso no se da cuenta de que él también está esperando y que, además de armarse de paciencia ante el retraso, tiene que aguantar su insistente “¿estás seguro?”
– Bueno, hombre. Tampoco es para que me levantes la voz.
– Ya, Raúl, pero es que no paras, ahí: ñiñiñí, ñiñiñí, ñiñiñí…
– Perdona, tío, si es que estoy estresado.
Paco calló esta vez. Decidió prestar atención a sus pies, que llevaban enmarcados por el mismo conjunto de baldosas desde hacía media hora. Zapato de seguridad marrón desgastado sobre fondo gris. Un perro de esos minúsculos de ojos saltones se acercó a olisquear la suela y eso dibujó un relieve de sonrisa bajo la mascarilla que cubría su rostro pálido y de pómulos afilados. A su amigo Raúl le gustó verlo así, con la mirada iluminada por un acontecimiento tan breve. Sabía que mientras estuvieran ahí las patas de gallo todo iba bien. Decidió no romper el silencio y siguió con los ojos al nervioso animal que se alejaba al compás de un cascabel invisible. Cuando su trayectoria lo llevó a levantar la vista, Raúl detuvo su paseo ocular en la valla del colegio. Tras ellas brillaban las pistas. Acababa de pasar la quitanieves y los rojos y verdes resplandecientes del terreno de juego contrastaban más de lo habitual con el gris de esta calle mal forjada de la zona del cerro, en este barrio del sureste de la ciudad.
Ambos seguían de pie, en el chaflán, dando la espalda a su bloque de ladrillo blanco, el número 12 donde se conocieron hace ya unos diez años, cuando Raúl, Ana y su hija recién nacida Lucía entraron a vivir en el bajo C. La verdad es que Paco siempre ha sido un buen vecino. Desde que llegaron les facilitó mucho la mudanza. Al estar en el mismo rellano, a menudo les prestaba la escalera, la caja de herramientas, les regaba las plantas y ventilaba el piso si debían viajar, en fin, todo bien. Paco, a cambio, se sentía tranquilo sabiendo que sus vecinos eran buena gente. “Un poco estiraos, hablan fino”, pensaba al principio al ver a Raúl con sus gafas de pasta, su chaqueta de pana, su ordenador, su estantería de libros con títulos que necesitaban subtítulos que solo complicaban la comprensión de los primeros… Pero nada que impidiera que entablaran una buena amistad desde el principio. Ana murió cuando la pequeña Lucía tenía cuatro años y, desde entonces, la niña encontraba en la casa de Paco un paraíso de “juguetes serios”, como le gustaba llamar a las herramientas.
– El AMPA de este cole debe de estar muy implicada -dijo obligando a Paco a levantar la vista.
– ¿Qué?
– ¿Has visto las pistas? Las hicieron el año pasado.
– ¿Y?
– Pues que aquí hacen siempre cosas para mejorar la convivencia, ya sabes, festivales, piscolabis, brunch, concursos… En el de mi hija no hay ni AMPA, jeje. Y eso que el barrio es el mismo, que no es que sean más ricos aquí que dos calles más abajo, pero algo pasa. Si es que pasamos de todo -resopló.
– Ya, bueno, no sé -dijo Paco. Yo es que ni tengo hijos ni yo mismo fui mucho al cole, ya sabes, así que no sé, tío, no sé.
Las patas de gallo desaparecieron. Curiosamente, el semblante serio que esa ausencia generaba le sumaba años. Raúl nunca ha sabido exactamente la edad de su vecino, “pero más de cuarenta y cinco, imposible”, pensaba. Eso sí, era la única persona a quien las patas de gallo ocasionadas por una sonrisa le quitaban años, mientras que la cara lisa y tersa le echaba un buen lustro encima.
– ¿Te ha escrito o algo? -preguntó Paco.
– ¿Quién? -respondió mirando al reloj. En breve tendría que ir a recoger a Lucía a la salida del colegio.
– ¿Quién va a ser, Raúl? ¡Centrémonos, anda!
– ¡Ah! No, no, a mí no, si yo no… ¿Y a ti?
– Tampoco.
– Este parece Godot y nosotros… -dijo Raúl.
– ¿Quién?
– ¿Esperando a Godot? Te pasé el libro, lo leíste, ¿no?
– Ah sí… No, no, imposible. Tenía mucho lío, tío, y la historia tardaba en arrancar, la verdad.
Ambas figuras permanecían ahí con las manos en los bolsillos y los hombros levantados, mirando hacia esas pistas, sin comprobar mensajes ni nada, mascarillas sanitarias, gafas empañadas para el uno y condensación en las pestañas para el otro. Casi una hora de frío para los dos.
De pronto, al lado de Paco se plantó Pepe, el vecino del A, con su chándal ultra tecnológico y el móvil en manos libres:
– ¿Johny? -dijo con una voz nasal.
– ¡Dime! -se oyó desde el altavoz.
– ¿Ya estás por aquí? El cliente y su colega están prácticamente congelados, ya están listos para la entrega.
– ¡Sí! Voy, jefe. Tardo dos minutos.
– ¡Anda, Pepe! -exclamó Paco. ¿Tú eres el vendedor? ¿Cómo no dices nada? ¿Y por qué leches estamos esperando aquí fuera?
– Tranquilo, vecino, que me lo trae Johny de mi taller. Y no he dicho nada porque hay que cumplir los plazos de entrega que son, ni más ni menos, de treinta y seis horas. ¿O crees que me divertía veros desde mi ventana a los dos esperando en la calle? Al final, mira, me ha parecido que una hora de frío bastaba y he decidido apiadarme…
– Pero ¿qué me estás contando? ¡si habíamos quedado a las tres y media, Pepe! Mira, aún tengo el mensaje en Wallap…
– Ya, ya -interrumpió-. Eso fue Johny, que quiso acabar antes con la entrega, pero es lo que yo digo, las normas son las normas, y da las gracias que no espero a que sean las cinco.
– Madre mía -murmura Paco, tocándose la barbilla con la mano derecha mientras la izquierda permanecía en el bolsillo- estamos todos locos.
– Oye, Pepe -intervino Raúl- ¿y el tal Johny puede echar una mano a Paco con la descarga y la instalación? Me tendría que ir a por la niña…
– Eso, Raúl, anda vete ya, que, que… si es que al final se tiene apañar uno solo.
– No te enfades, que a la vuelta te ayudo a montarlo mientras Lucía hace los deberes.
– ¡Mira! Ya llega. Aún te da tiempo a echar una mano, ¡cultureta! – espetó Pepe-.
Una furgoneta que sin duda vivió tiempos mejores se detuvo por fin frente al portal.
– ¡Hola! Ya estamos aquí. Madre mía, jefe, me tiene aquí dando vueltas por el barrio desde hace una hora y ya me lo sé de memoria, que, por cierto, menudas pistas tienen estos del cole, que ya quisiera yo…
– A ver, Johny -intervino Paco-. ¿Me abres?
– Pos claro. Vamos.
Abrieron las puertas traseras de la furgoneta y allí estaba: La Bodyrunny caminanding 3000 para la que Paco había estado ahorrando meses. La más alta gama en máquinas para hacer deporte que, al ser de segunda mano, necesitaría un par de ajustes. Según comentarios del vendedor, que ahora sabían que es Pepe: “solo me ha servido para andar, imposible correr. Por eso la dejo a mitad de precio, aunque esté prácticamente nueva, las normas son las normas”.
Paco rememoró ese comentario mientras cogía el paquete con ayuda de Raúl y le empezó a entrar la risa. Primero, por dentro, luego, cuando empezaban a subir los cuatro peldaños del portal, en forma de tos y, al final, ya en su casa, en cuanto perdieron a Pepe de vista, a carcajada limpia, para asombro de Raúl.
– Claro -intentaba explicarle Paco a Raúl sin poder dejar de reír y caricaturizando a Pepe- como “solo se puede andar”, no cumple con todas las funciones y “las normas son las normas” y por eso cuesta la mitad. Aquí el vecino no ha corrido en su vida ni con caminanding ni na…
Raúl se fue a por su hija dejando tras de sí a un Paco de pómulos colorados y ojos llorosos, retorcido, incapaz de retener las risotadas encadenadas. A la vuelta le ayudaría a montarla y programarla mientras Lucía inspeccionaría ese nuevo juguete serio del tío Paco.
– ¡Ni con caminanding ni na!… ¡las normas! Jaaaaaaa. Se oía desde la entrada.
Dedicada a TEIMA, palabra donada por Carlos Salgado
Teima (portugués): Obstinación (Español)
Del lat. obstinatio, -ōnis.
- f. Pertinacia, porfía, terquedad.
- f. C. Rica y Ven. exasperación.
- f. Cuba y Ven. tedio (‖ aburrimiento).
Esto, en realidad, es un ejercicio para aprender a utilizar un recurso que aparece poco en mis textos: el diálogo. Ocurrió en el marco del curso de Técnicas Narrativas impartido por Néstor Belda, a quien agradezco su lectura y comentarios.
Imagen: Sofía de Juan –> ¡GRACIAS, SOFÍA!
Texto: Irene Pomar