Presencia

Lo que quiero decir es que todos los que se han ido, en realidad, han muerto.

Su partida y su ausencia tienen un peso específico en nuestros cuadrantes vitales. Su peso demuestra lo artificiales que son los calendarios y lo ruidosos que son los tiempos que corren.

Yéndose han roto varios ciclos de calma, han introducido nuevos ritmos que han venido para quedarse. Su muerte no parece haberme cambiado, pero me ha obligado a entender cuán fuerte han quedado impresas en mí sus vidas. Todas. Para siempre.

Estuvo delante.

Desde que T. murió no he dejado de recordar la suavidad de su mejilla, ya sin vida.

La ceremonia de despedida tuvo lugar en una terraza del hospital. «Al menos conocerá el aire libre, aunque sea por un rato» -dijo M.

Cuando ya no tenía pulso fui yo (su madrina oficiosa, su tía postiza) quien lo llevó en brazos de vuelta al box. Por eso recuerdo su peso y su tacto, porque se han quedado impresos en mis brazos, en mi cuerpo, como si de alma pura se tratara.

Desde entonces no parece que haya mucho más que contar. El calor de ese uno de julio sigue aquí.

Perdonen que hable de la muerte, pero es que ella está muy chillona últimamente.

Texto: IPM

Una palabra donada por Jia-Jen Lin

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