Luciérnaga / Luciole

Una palabra donada por Géraldine Celli
Verse y ser visto. 
 
Simone se jacta de conseguir que su ropa quepa perfectamente en un solo y sencillo armario y apela con ello a una sencillez y sobriedad por la que milita. Otros compañeros y amigos disponen de un vestuario que cubre no sólo todas las necesidades sino todas las eventualidades. Si bien unos disponen de más complementos, de más reservas y «por si acasos» que ella, sus tejanos, americanas, la falda, el bolso y el vestido tienen un elemento fundamental en común con la multitud de combinaciones de los «otros»: la elección. Todos tienen un espejo en casa y todos lo utilizan durante más o menos tiempo.
Es incapaz de saber lo que pasa por su cabeza cuando decide ponerse el jersey azul en vez de recurrir al habitual negro, no utilizar las lentillas o pensar que ese día es imprescindible ponerse la bufanda roja, que va perfectamente con el gorro que lleva días deseando llevar para ir al Instituto de Zoología. 
Sentada detrás del mostrador, acoge con una sonrisa a científicos, becarios y asistentes que, cada día, llevan una lista infinita de preguntas en sus cuadernos que llevan a otras preguntas de las que Simone es incapaz de imaginar su formulación. Cada trimestre se organizan conferencias a las que se invita a expertos en la materia procedentes de todo el mundo. Durante las semanas previas, Simone está más que ocupada gestionando las agendas y calendarios de los directivos, aplicando un protocolo dictado y modificado por ella misma, gracias a esos tres años de experiencia que le han ayudado a poder leer entre líneas cada una de las indicaciones de la jerarquía. El día en que todos los zoólogos, biólogos, entomólogos llegan, es ella la que coordina al reducido grupo de azafatas que se encarga de la distribución de pases, de asegurarse de que los micrófonos para el turno de preguntas funcionen, que el ordenador y el proyector estén encendidos y que cada conferenciante tenga un vaso de agua. En la sombra del auditorio observa que todo está correcto escuchando esa curiosa jerga y se da cuenta de que, aunque no imagina cómo se formularon las preguntas, las hipótesis y las respuestas sí que se van imprimiendo en su cerebro. Y es así como se introdujo en el mundo de la luciérnaga.


(c) Naia del Castillo, Luciérnaga II, 2003, Luxachrome,110x160cm

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Entendió que, a diferencia del macho, la luciérnaga hembra no puede volar, así que su actitud va dirigida a mostrar claramente que no lo hace, que no puede, y toda su conducta sirve para la adaptación a esa naturaleza que le ha venido dada y que debe ser reconocida y asumida por los otros individuos de su especie. La ausencia de alas junto a sus patas regordetas y otros aspectos físicos escamosos, la hacen identificable pero no necesariamente visible. Para ser reconocida, para ser -en definitiva- verdaderamente visible y candidata a la continuidad de la vida acude a toda una escenificación de su existencia. Del mismo modo, el macho debe volar, revolotear esperando una señal. Está al acecho de esas intermitencias luminosas que tienen lugar cada 6 u 8 segundos y que le permiten identificar y cerciorarse de que la que está ahí abajo es la apropiada, que pertenece a su misma especie.

Entonces, Simone recuerda su gorro, el que va perfectamente con su bufanda roja. Mientras la charla del célebre Doctor transcurre entre diagramas, curvas y resultados de experimentos, la luciérnaga y su actitud se han metido en su sencillo armario. Se dice que «si la naturaleza recurre a esa suerte de artificios para que un insecto sea identificado como tal, si lo innato no es suficiente para ser un sujeto visible y legible… entonces yo, que además me reconozco como alguien que vive en sociedad…»; «por otro lado, yo misma deambulo buscando y observando señales, aceptándolas, rechazándolas, clasificándolas…» 

Perdida en una marea de frases que no concluyen y de paralelismos que no encajan tan bien como desearía, recupera citas que había retenido durante sus cursos de literatura, como la de su tocaya De Beauvoir (fallecida el año en que ella nacía) que afirmó que «no se nace mujer: llega una a serlo». 
 
(c) Naia del Castillo, Luciérnaga I, 2002, Luxachrome, 100×125

Dejando de lado cortejos y supervivencias, acaba de entender por qué militar por una posición sobre el tamaño de su armario era tan importante, sin plantearse ahora si tiene o no razón y reconociendo que podría cambiar de opinión porque… en fin, así son las cosas. En cualquier caso, de pronto, eso le da igual. El ser humano que ella es tiene la particularidad de considerarse a sí mismo individuo. De forma aparentemente natural, nacer en un lugar, en un contexto, con un aspecto físico determinado implica estar inmerso en un mar de expectativas ajenas y determinantes. Un marco con una serie de instrucciones tácitas -de constructos asimilados como innatos e inherentes a la persona- que se asumen o se modifican y que decretan la forma en que ésta se mira al espejo. «A diferencia de las luciérnagas -piensa-, nosotros, los individuos humanos, hemos desarrollado un nuevo instinto: el de la diferencia; en cuanto hemos descubierto que lo que era considerado innato e inevitable es una construcción que no nos pertenece necesariamente, hemos entendido que las influencias, la forma en que nos construimos, es tal vez algo que podemos apropiarnos». 

La conferencia ha terminado y todo está recogido. Bufanda roja y gorro en mano, Simone se despide discretamente y cruza la puerta: «así pues -rumía- las luces intermitentes, esas señales que deseamos emitir, pueden ser una elección y, a la vez, pueden perder su univocidad y permitir el nacimiento de las dobles o triples lecturas de la visión que tenemos de los otros. Ese nuevo instinto (el de la diferencia) es un primer paso hacia una noción poliédrica del ser humano… lo que, ¿paradójicamente?, nos sitúa a todos en el mismo nivel, ya que no seremos iguales, pero globalmente seremos equivalentes.»

Simone se jacta de conseguir que su ropa quepa perfectamente en un solo y sencillo armario y apela con ello a una sencillez y sobriedad por la que milita. Otros compañeros y amigos disponen de un vestuario que cubre no sólo todas las necesidades sino todas las eventualidades. Si bien unos disponen de más complementos, de más reservas y «por si acasos» que ella, sus tejanos, americanas, la falda, el bolso y el vestido tienen un elemento fundamental en común con la multitud de combinaciones de los «otros»: la elección. Todos tienen un espejo en casa y todos lo utilizan durante más o menos tiempo…

Verse y ser visto. 

 
luciérnaga.
(Del lat. lucerna, candil, lámpara, y el suf. dialect. ‒́aga, y este de or. prerromano).
1. f. Insecto coleóptero, de tegumento blando y algo más de un centímetro de largo. El macho es de color amarillo pardusco, y la hembra carece de alas y élitros, tiene las patas cortas, y el abdomen, cuyos últimos segmentos despiden una luz fosforescente, muy desarrollado. 
Real Academia Española © Todos los derechos reservados 

 
¡Gracias! 

Esta entrada es posible gracias a la obra de la artista Naia del Castillo, que ha dado a Se Me Ha Caído El Diccionario la posibilidad de contar con las imágenes de su trabajo. 

De nuevo, gracias. 

Luciérnaga I, Algodón rojo, estructura metálica y bombilla roja, 155x45x50cm, Exposición Trampas y Seducción, Sala Alcalá 31
      Consejeria de Cultura y Deportes de la Comunidad de Madrid, 2004

    

| Textos: Irene Pomar |


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