Tolerancia

Una palabra donada por Ariadna Rectoret
tolerancia.
(Del lat. tolerantĭa).
1. f. Acción y efecto de tolerar.
2. f. Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.
3. f. Reconocimiento de inmunidad política para quienes profesan religiones distintas de la admitida oficialmente.
4. f. Diferencia consentida entre la ley o peso teórico y el que tienen las monedas.
5. f. Margen o diferencia que se consiente en la calidad o cantidad de las cosas o de las obras contratadas.
6. f. Máxima diferencia que se tolera o admite entre el valor nominal y el valor real o efectivo en las características físicas y químicas de un material, pieza o producto.
~ de cultos.
1. f. Derecho reconocido por la ley para celebrar privadamente actos de culto que no son los de la religión del Estado.
V. casa de tolerancia
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Una cuestión de acción, un golpe de efecto




La tolerancia contiene básicamente tres elementos: la acción y el efecto, por un lado, y el respeto, por otro. Puede resultar una definición endogámica, puesto que la acción misma es definida como ejercicio de la posibilidad de hacer y, por otro lado, el efecto que causa un agente sobre algo. Así pues, es interesante descubrir que la acción habita el antes, el después y el durante.

En cuanto al respeto, se trata de veneración, deferencia, miramiento, consideración o, si hablamos de coches, de recambio.

En su obra «Liberalismo»(1) (1927) Ludwig von Mises, autor determinante en el pensamiento liberal y capitalista del siglo XX, dedica un breve capítulo a la tolerancia religiosa. La clave para deslegitimar la tradicional intervención de ciertas instituciones religiosas en las cuestiones económicas y mercantiles consiste en legitimar y dar el mismo valor a todas las creencias. Todas ellas tienen en común que deben quedar en el ámbito privado, mientras que el mercado debe permanecer en la más absoluta independencia de cualquier organismo basado en la fe. Todo ello con el fin de poder afirmar unagica propia de funcionamiento que es, ante todo, racional. 

(c) Arturo Pomar, Arquitectos de mitos, 1991
La única vía para asegurar la paz, pues, es no hacer ni una concesión especial a cualquier fe religiosa; siendo considerada libre y privada, se la llamará al orden únicamente si traspasa las fronteras que le son propias. La tolerancia es exigida y promulgada por el liberalismo de von Mises mediante la indiferencia ante lo religioso, dando así el mismo valor a todo tipo de ortodoxias y heterodoxias. El liberal que se precie -dice- tiene que ser absolutamente intorelante frente a la intolerancia.(2)


Desconozco si von Mises tomaba en cuenta hechos como los relatados por Voltaire en el capítulo I de su «Tratado sobre la tolerancia» (1763). Los Calas eran una familia protestante de Toulouse. En 1751 uno de sus hijos, el único que se había convertido al catolicismo, decidió suicidarse durante una cena en familia y en presencia de un amigo de infancia que había venido expresamente de Burdeos para visitarles. La intransigencia fanática de la religión imperante en la época tradujo los hechos de tal forma que se acabó condenando al padre a la rueda por parricidio. Un tiempo después de la ejecución y tras el exilio de uno de los hermanos obligado a convertirse y a vivir en un convento, la viuda y madre fue a París donde fue acogida por un abogado que obtuvo firmas de otros quince abogados en favor de la familia. Efectivamente, había los llamados devotos de la capital que consideraban más importante mantener la sentencia aplicada a unos hugonotes que poner en duda la legitimidad de unos jueces de Toulouse fieles a la religión verdadera. No obstante, ello no impidió que ésta fuera finalmente anulada a los ojos de Francia y de Europa y que esta decisión obtuviera un masivo apoyo popular.

En su capítulo V, argumenta la libertad de conciencia indicando que la multiplicidad de sectas las debilita. De ello se deduce una disminución del fanatismo y de los brotes de violencia que éste suele conllevar

Alemania sería un desierto cubierto por los huesos de los católicos, de los evangelistas, de los reformados, de los anabaptistas, que se habrían degollado unos a otros, si la paz de Westfalia no hubiese procurado, por fin, la libertad de conciencia.
Tenemos judíos en Burdeos, en Metz, en Alsacia; tenemos luteranos, molinistas, jansenistas: ¿no podemos soportar y aceptar la presencia de calvinistas poco más o menos en las mismas condiciones en que los católicos son tolerados en Londres? Cuantas más sectas hay, menos peligrosa es cada una de ellas; la multiplicidad las debilita, todas son reprimidas por leyes justas que prohíben las asambleas tumultuosas, las injurias, las sediciones, y que siempre están en vigor por la fuerza coactiva.

No me queda claro el método de represión que Voltaire espera de la ley ni en qué consisten las «asambleas tumultuosas» a las que se refiere el autor francés y de ello depende fundamentalmente mi acuerdo o desacuerdo con sus palabras. No obstante, lo que me parece interesante aquí es la necesidad de la pluralidad y de la libertad de conciencia no sólo por una cuestión de derecho sino además como un medio para evitar la emergencia de «ortodoxias» imperantes.

En esta línea, la tolerancia religiosa aparece en el ensayo de von Mises en un contexto de definición del Liberalismo. Ésta es un tema más de los que aborda y no el objetivo del texto. Si bien Voltaire, reaccionaba ante el fanatismo religioso legitimado por los cuerpos judiciales del país, el economista austríaco expone su tesis del liberalismo en reacción al comunismo y al fascismo dictatoriales que abogaban e imponían un pensamiento único de Estado.

(c) Arturo Pomar, Arquitectos de mitos, 1991

Creo que vale la pena poner el acento en el hecho de que la tolerancia según la tesis socioeconómica liberalista es un elemento pragmático. Si bien es un aspecto que hay que defender a toda costa, lo que no necesita defensa –dirá- es la propiedad privada; ni defensa, justificación, apoyo o explicación. Añadirá además que la propiedad es consustancial a la pervivencia de la sociedad; siendo así que el hombre necesita la sociedad, no tienen más remedio los humanos que agarrarse firmemente a la institución en evitación de perjudicarse a sí mismos y dañar a todos los demás. Sólo sobre la base de la propiedad privada podrá la sociedad sobrevivir. La propiedad privada es, pues, el pilar de un sistema que supuestamente engendra los lazos sociales, la cultura y la civilación… y, a la vez, es garantizado por ellos.

Como decía, la tolerancia, en este tipo de tesis capitalistas, finamente argumentadas y presentadas como liberadoras del yugo del fascismo o del comunismo, acaba siendo un elemento funcional. De acuerdo, el texto invierte y entremezcla valores como libertad, propiedad privada, salud, tolerancia… de forma que todos ellos son importantes, interdependientes, inseparables y están en el origen y en el método para el desarrollo de un sistema liberalista. No obstante, estamos ante un mercado autorregulado que, lejos de ser independiente del estado, lo ha absorbido para omitir cualquier tipo de reproche de su parte. Así pues, esta flexibilidad e interconexión de valores es puro concepto y desaparece en la práctica. 

Consecuentemente, aspectos como la tolerancia pasan a formar parte de una pieza más del engranaje, un elemento que permite que esa piedra angular llamada «libre mercado» pueda actuar sin intervención alguna del Estado (ni de la religión, en el caso de la tesis de von Mises). Así pues, la etimología de la palabra «liberalismo» se esfuma del ámbito general para aplicarse simplemente al mercado; si podemos hablar de hegemonía del capitalismo es porque el capital ha devenido un sujeto autorregulable que acaba regulando las acciones y actitudes de todos los agentes de la sociedad. Dejando de lado el acuerdo o el desacuerdo con sus primeras tesis, el capitalismo ha roto completamente con sus primeras proposiciones teóricas. El error fue creer que iba a ser un sistema que garantizaría la libertad por sí solo. En realidad, la libertad se ha convertido en un elemento -de nuevo- funcional del sistema y se han obviado, de paso, los límites kantianos de la misma: es decir, la libertad no acaba ya donde empieza la del otro. ¿Por qué? Porque el otro deja de existir paulatinamente. El liberalismo, que se ha propuesto como alternativa única al totalitarismo, pasa a convertirse finalmente en una forma de vida que tiende inevitablemente a la globalización de su sistema y, para ello, la libertad se acaba por otorgar o suprimir en función de en qué dirección especula el capital.

No puedo estar más de acuerdo con el economista austríaco con que la tolerancia es clave para el buen funcionamiento de todo sistema económico y social. Pero no sólo como causa, sino como efecto. No sólo antes, en el momento de establecer los fundamentos de una sociedad, sino durante y después. Además de un método, un objetivo. Además de un objetivo, una forma de vida. El problema es que el sistema del libre mercado ¿nunca contó con ese «después» que se anuncia? Si es así, su inconsciencia puede tener dos razones: porque nunca planificó su colapso y su consiguiente final y porque -con su carácter abstracto e impersonal bien diseñado- nunca contó con que habría gente que le hablaría y reprocharía no solo consumiendo o dejando de consumir, sino como a un interlocutor más al que se le pueden pedir razones. 

Arturo Pomar, Piensa un poco, 1985
Es ahí donde la tolerancia se tambalea de la forma más dura y desalentadora: en la indiferencia entre las clases (esas que creíamos que ya no existían). Ante las protestas, no hay ni un comentario explicativo difundido por una pantalla de plasma; los interlocutores -supuestos gestores profesionales remunerados por los ciudadanos actúan como enfermeros a los que les molesta tener la herida cerca por no mancharse la bata blanca. El respeto -anunciado al principio de esta entrada- lo valoran, sí, pero sólo como un recambio al que se recurre en caso de necesidad o como veneración de parte de los gobernados y no como consideración tácita e indiscutible de parte de todos los conciudadanos (incluidos los que gobiernan, claro).

No obstante, sin ánimo de contradecirme, la tolerancia sigue ahí, pero redefinida. En este «después» que intuyo que ha empezado, la tolerancia ya no se confunde con la resignación ni con el todo vale. Se van aclarando términos y mientras se reivindica seriamente el derecho a las necesidades básicas individuales y para todos:
  • se sigue luchando por la libertad de pensamiento; 
  • sigue sorprendiendo que periodistas de opinión sean expulsados de los periódicos de más tirada; 
  • se critica duramente las condiciones de trabajo de médicos y enfermeros (que, ellos sí, se encargan de curar)
  • se diferencia entre funcionario de alta cuna y funcionario responsable y trabajador; 
  • se reivindica una educación en la que no se tenga miedo a la pluralidad;
  • se exige el derecho a la diferencia y la igualdad de derechos entre individuos;
  • se cree en la necesaria coexistencia de diferentes modelos de familia;
  • aunque no siempre estemos de acuerdo en todo, los ciudadanos no buscaremos falsos enemigos que nos impidan trabajar juntos.
  • Y UN LARGO ETCÉTERA.   
Y todo, por fin, a sabiendas de que un sistema financiero no protege la propiedad privada y no gobierna, sino que impone un juego de reglas difusas y casi aleatorias… y ya me perdonarán pero no se alcanzó la democracia para cambiar un autoritarismo con nombres y apellidos por un TOTALitarismo sin cara. 

  
Epílogo

Igual me voy por las ramas pero me otorgo el derecho de imaginar que si Voltaire hubiera escrito hoy su «Carta a la tolerancia», le dedicaría su capítulo VI y escribiría al «capital» en lugar de a la «religión». Probemos

El derecho humano no puede estar basado, en ningún caso, más que sobre este derecho natural; y el gran principio, el principio universal de uno y otro es, en toda la tierra: «No hagas lo que no quisieras que te hagan.»

No se comprende, por lo tanto, según tal principio, que un hombre pueda decir a otro: «Cree lo que yo creo y lo que no puedes creer, o perecerás.» Esto es lo que se dice en Portugal, en España, en Goa. En otros países se contentan con decir efectivamente: «Cree o te aborrezco; cree o te haré todo el daño que pueda; monstruo, no tienes mi religión, por lo tanto no tienes religión: debes inspirar horror a tus vecinos, a tu ciudad, a tu provincia.»

 

|Textos: Irene Pomar|

(1) Ludwig von Mises, Liberalismo, 1927, Unión Editorial, S.A., Madrid 1982.
(2) Idem. p. 77
  

1 Comments

  1. Me quedo con el respeto a la diferencia en cualquiera de sus representaciones. El liberalismo (económico o financiero) se lo dejo a la democracia, a lo que decida la mayoria, y, si no me gusta, lo acogeré con tolerancia :-). Me encanta que esta palabra del diccionario se nutra de imágenes de cuadros de Arturo Pomar, para mi es un honor.

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