Fantasmagoría

Una palabra donada por Slobodan Dan Paich



En la quinta planta


En una sala de espera estamos varios atentos a las noticias. Cada cual mira su pantalla pero las nuevas anheladas vendrán del pasillo blanco. «Familiares del Sr Moreno», esa es la llamada. El aviso no llega con retraso. Todo sigue su curso normal. Pero la expectativa del anuncio ya estaba clavada en la médula cinco minutos después de que se lo llevaran al quirófano, a las 8 de la mañana de este día de julio soleado y con fuertes ráfagas de viento.
Ahora son las 11 de la noche y ya se están acabando los fuegos artificiales. Es el último día de las fiestas mayores en esta ciudad detrás de las montañas de Collserola. Las palmeras de luz y las explosiones con motivos florales se imprimen en el reflejo de la pared blanca sobre el cristal de la ventana a través del cual tres personas intentan ver, de rodillas sobre sus sillas, la celebración que tan lejana les parece desde esa quinta planta. Ninguno de los tres mira a los otros mientras admira el espectáculo pirotécnico. Cada uno dice para sí su comentario: «precioso», «este año son más largos», «este año han durado menos». Todos con ambos oídos clavados a sus espaldas, atentos a los pasos procedentes del pasillo que traerán, esperemos que pronto, las palabras de «familiares de… Pueden pasar, todo ha ido bien».
Mientras fotografío con ansia esos reflejos en la ventana, la incertidumbre se confunde con los pensamientos y recuerdos de un pasado cercano. Aún no estoy del todo despierta, y es que me he sorprendido todo el día cayendo dormida en cada sala de espera. En la silla, en el sillón, apoyada en la pared, siempre se me han cerrado los ojos, sin poder evitarlo, sin poder luchar contra ese ensueño que parece haber llegado como una anestesia, un antídoto contra la angustia, una cura de descanso después de meses de desorden. El miedo, que lo hay, se ha diluido en un sopor cargado de esos recuerdos de ese pasado cercano que, presentándose en sueños, ha logrado hacerme dudar de la asepsia de esas salas blancas con asientos de piel y plástico.
Pero todo está limpio. No hay peligro. Sólo son mis dudas y mis preguntas que han desbordado mi alma y parecen querer instalarse en un terreno que no es el suyo. Ni siquiera tienen que ver con el resultado de la operación. En realidad no sé con qué tienen que ver pero me cuestionan insistentes; no rechazan nada de lo que digo y hago pero no aprueban mi persona sin más.
Componen la llamada edad adulta: un cielo de posibilidades, un infierno de alternativas que se resuelven en el limbo de las decisiones. Sin una lista de opciones, la resolución no es más que un andar con los oídos bien atentos. Sin aciertos ni errores previsibles, exigen de mí una empatía que tengo que rescatar del cajón del altruismo.

Mientras estas filigranas sentimentales se filtran en el silencio de la sala, sigo fotografiando con prisa esos fuegos artificiales. Noto que alguien nuevo ha llegado a la sala de espera, pero no lo compruebo, ni siquiera mirando el reflejo de la ventana. Es la única persona que tiene los pies en el suelo mientras los demás seguimos de rodillas sobre nuestras sillas mirando el espectáculo. Noto esos pies firmes avanzando hacia mí, sin detenerme en mi reportaje, sé que se ha parado a mi izquierda. Los rizos rubios y artificiales de esa señora me distraen porque se confunden con el reflejo de mis fuegos de motivos florales. No la quiero en mis fotografías. Sólo parece haberse acercado para decir «Qué bonito» e irse de nuevo a su habitación quinientos algo. 


«Los familiares del Sr Moreno ya pueden pasar a la habitación 501, todo ha ido bien». La enfermera a la que no he oído entrar nos ha traído, por fin, el aviso justo después del último fuego. Nos levantamos y al llegar a la habitación se ve una cama vacía y la otra, la importante, está llena de esperanza. Los dibujos de mis sueños, las dudas, se diseminan en nuevas preguntas de futuro que anuncian respuestas llenas de vida. Los tubos de oxígeno, el suero, la incomodidad legible en los ojos abiertos de mi padre, traen consigo una mirada de ataque al tumor: la batalla contra los fantasmas del cáncer está ganada de antemano porque mi madre y yo queremos que las dudas y los miedos los viva solamente por procuración; que él se ocupe de su vida, que también es nuestra. Si una sala de espera se apoderó de una fiesta que le era ajena, ¿qué hay de extraño en un padre y un compañero que nos regala otra vez su vida? 

Todo es un juego de reflejos incesantes de realidades compartidas y retroalimentadas, visiones de fantasmas con los pies en el suelo.



|Texto e imágenes: Irene Pomar|


fantasmagoría.
 (Del fr. fantasmagorie).

 1. f. Arte de representar figuras por medio de una ilusión óptica.
 2. f. Ilusión de los sentidos o figuración vana de la inteligencia, desprovista de todo fundamento.
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