Mequetrefe

Una palabra donada por Yazmina Grandío y Olga Magaña

mequetrefe.
(Quizá del ár. hisp. *qaṭrás, el de andares ufanos).
1. m. coloq. Hombre entremetido, bullicioso y de poco provecho.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados
«¿Mequetrefe?, ya somos dos« o «Lo contrario al síndrome de Stendhal«
Sábado por la tarde. Yo callejeaba con una ligera cojera desde la plaza de la República de mi ciudad de la Lorena. Mis pasos iban acompasados con la conversación telefónica con Léo, la compañera con la que había quedado unos cien metros más allá del que iba a ser un fugaz punto de encuentro con dos desconocidos. 
Con un gesto y una voz de lija, uno de ellos me pidió un cigarrillo. Con otro gesto y una sonrisa, combiné la respuesta negativa con un «lo siento» y un «estoy hablando por teléfono, venga hasta pronto». 
La reacción no fue ni de insistencia ni un «vale, vale». El hombre me propinó una respuesta cargada de amor (propio) de emociones (ocultas) y de una galantería (atemporal). La respuesta con mueca que me llevó al éxtasis en ese casi soleado sábado de primavera fue: es usted fea.
Cierto es que, en francés, una no puede diferenciar «ser» y «estar» y que, por lo tanto, una no puede dejarse tentar por intentar dilucidar si su interlocutor pretende informarle de que hoy no está tan guapa como ayer o si, por el contrario, éste considera que una es fea y esto es así y ya está. No obstante, mi perspicacia en ese primer sábado libre desde hacía meses, me llevó a pensar que «ES usted fea» era la traducción más acertada. En el colegio tenía la inocente costumbre de preguntar a los niños chuletas de la clase por qué me decían o hacían cosas que me molestaran o me dolieran. Me tomó muchos años comprender que en la pregunta estaba la respuesta… En fin, por un segundo casi caigo en ese antiguo vicio y casi me detengo a preguntar «¿por qué me dices eso?».
Por otro lado, me gustaría añadir a este relato un acto heroico, algo ejemplar y brillante, rico en inteligencia o agudeza humorística. Sin embargo, ya anuncio al lector que esto no será posible; mi reacción no implicó nada de eso ya que eso sólo habría sido posible haciendo alarde de indiferencia. «Indiferencia», esa palabra que mis padres y la profesora de quinto de básica me enseñaron para enfrentarme a los petulantes y mequetrefes…
Logré aparentar indiferencia durante unos segundos. En cuanto Léo acabó su frase, le pedí que esperara, tapé el micrófono del móvil y me giré para ver a esos dos individuos de piernas flacas que se alejaban con andares de John Wayne en miniatura y sin jamelgo. De mí emanó un insípido pero bien proyectado «pero bueno, ¡¿tú no tienes espejo?!». En cuanto se giró para mirarme, me di cuenta de dos cosas: 
Una: mi pregunta podría estar justificada desde mi punto de vista empírico y estético.
Dos: «¿por qué me dices eso?» se ajustaba más a lo que en realidad quería preguntar; que habría preferido entender esa agresión ridícula; que aplicar el derecho tácito de devolvérsela me debilitó y que, en definitiva, sentirme mequetrefe por un día me habría parecido más saludable a los diez años que a los treinta y dos
En fin. Yo terminé por destapar el micrófono y continuar mi camino, cojeando, a pasos acompasados con la conversación con Léo y los andares de ese mini John Wayne sin jamelgo que había cambiado de rumbo para seguirme unos instantes, adelantarme dos metros, mirarme con un movimiento torero y regresar hacia donde su amigo le esperaba, mientras yo retomaba uno de los 100 metros más absurdos de… de… pfff.
|Texto: Irene Pomar|
  

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.