Aletear

Una palabra donada por Ana Ávila
 
aletear.
(De aleta).
1. intr. Dicho de un ave: Mover frecuentemente las alas sin echar a volar.
2. intr. Dicho de un pez: Mover frecuentemente las aletas cuando se lo saca del agua.
3. intr. Mover los brazos a modo de alas.
4. intr. p. us. Cobrar aliento.
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32 Aleteos. 33.
Tiene 32. Pronto, 33.
Se ha pasado el tiempo volando.
Y eso que muchos días le parecen largos de tanto aletear. Cuando se acumulan los ultimatos opta por recogerse en un cigarro.
Ya ha fumado 32, pronto, 33.
Cuando se teorizan los amores, opta por una sonrisa silenciosa.
Todos empiezan por un café y un recuerdo en común. No bebe café, su té hidrata sus memorias.
Ya olvidó 32. Pronto, 33.
Lo hizo siempre paseando al lado de algún templo en medio de la ciudad. El monasterio, el romano… 
Las dos piedras que quedan de una muralla, las pinta de verde musgo del que crecen rosas.  
Cuartos de Luna amanecen en una liana. Zancadas que trepan hacia el cielo. Cielos que no tocan el suelo. 
Sin nubes que arrasen con todo. 
Con recuerdos amarrados a las piedras, refugiados en los resquicios de la vieja muralla.
33 memorias, 32 olvidos que se confunden en un musgo de un plateado inminente.
De camino al trabajo escucha en FM canciones que no pidió. 
Sus pasos bailan y vive el trayecto como un musical. 
Los graves pautan su sentir. 
Un latir binario aletea en una marcha que pone en su sitio los recuerdos.
32, pronto, 33.
Sus marcas de expresión son arrugas. Suyas son y la luz del Sol esculpe con ellas su mirada y su sonrisa. Su carácter se forja con el tiempo y se hidrata compulsivamente con productos de farmacia.
Jamás deseó teñir sus canas, porque nunca quiso cambiar su color. 
Y porque aún no tiene muchas. 
Cuando tenga más, las teñirá, porque quiere conservar su color.
Ya tiene…
Las soledades las cuenta con los dedos de las manos y los ceros del silencio que recoge en un pincel y archiva en un lienzo. 
Sus colores no maquillan sino que subrayan las luces y sombras realzadas por los cuartos de Luna. 
En su gesto funde ese musgo con las 32 rosas que refuerzan, con sus aromas, las dos piedras de esa vieja muralla que nadie más conoce. 
Se sienta ahora en ellas sin sentir su frío histórico. 
Mientras, lee sobre el amor en las páginas de un escritor.
Página 32. Siguiente, 33.
Quiere volver a casa. Instalarse en su suelo. Estirarse en él como si no hubiera techo. 
Abrir su libreta al lado de esa pintura que quería salvar. 
Recorrer la mirada por el parquet y seguir sus líneas con los ojos.  
Chocar con los muebles a distancia.
Elegir 32 canciones. Tal vez 33, para una paleta de cinco colores que nunca fueron puros.
Desordenar sus memorias para que se vuelvan futuro. Desechar el discurso para que se vuelva Luna.
Quitarse las gafas de sol, para vislumbrar las luces de la ciudad más lejana del mundo.
Viajar al centro de la Tierra, ése que, de tanto aletear, se acercará al cielo sin poder tocarlo.
Unir el suelo con el techo con esas dos piedras de la antigua muralla, cubiertas de colores y de olores que se cuentan en un cuento de 32 páginas.
Pronto 33.
(c) IPM 09 08 2014
(c) IPM 09 08 2014
|Texto e imágenes: Irene Pomar|

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