Libélula

Una palabra donada por Anónimo y La Noche en vela (RNE)

libélula.
(Del lat. cient. libellŭla, dim. de libella, dim. a su vez de libra, balanza; porque se mantiene en equilibrio en el aire).
1. f. Insecto del orden de los Odonatos, de cuerpo largo, esbelto y de colores llamativos, con ojos muy grandes, antenas cortas y dos pares de alas reticulares, que mantiene horizontales cuando se posa. Pasa la primera parte de su vida en forma de ninfa acuática, muy diferente del adulto.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados


RE: Amplexos

Hola Irene:

¿Cómo estás? Me disculpo de antemano por ser tan directa pero tengo la necesidad de escribirte para manifestar mi profundo desacuerdo contigo.

Me has mencionado ya en dos de las entradas de Se Me Ha Caído El Diccionario. Simone por aquí, Simone por allá… En ellas has hecho uso y abuso de mis confidencias. Has trasladado nuestras conversaciones en mi casa para asociarlas a esas palabras que te han regalado los «Donantes de palabras«. Para que quede claro: sé que hiciste un gran esfuerzo para no convertirme en metáfora, pero yo no te doné mi historia para que me convirtieras en personaje.

En «Luciérnaga» hablas de mis reflexiones sobre ver y ser visto y sobre cómo aquella conferencia me hizo pensar que la noción de «elección» era muy importante en este juego animal del ser humano. Cuando hiciste eso, ¿por qué tenías que mencionar el tamaño de mi armario? ¿tan importante era contar que tener pocas cosas era para mí una fuerza? Tengo todo lo que me hace falta en mi armario y tú lo sabes. De hecho, así lo demuestras con la detallada lista que haces de mis prendas de vestir. Sin embargo, aquello me valió comentarios condescendientes y paternalistas de los compañeros. Todavía hoy se sonríen cada vez que me ven llegar con mi bufanda roja porque, al contar a todo el mundo mi satisfacción porque ésta combina perfectamente con mi gorro, me has identificado con lo contrario de lo que yo quería aparentar: alguien natural, despreocupado por la moda… He pasado de poder justificar mi indiferencia hacia los maquillajes, pantalones de marca y bolsos de lujo, a tener que aparentar impasibilidad ante los regalitos que mis compañeros me hacen con tono de burla o, peor aún, esperando cubrir una necesidad que -según creen- no puedo permitirme. Pero, oye, no todo van a ser malas noticias: últimamente se van apagando las bromitas como «oh! luciérnaga! ilumínate para que te veamos y ponte el gorrito rojo en el culo!». No había otras palabras con las que relacionarme, ¡no!; claro, el poder de las palabras…

No te contaré la reacción de mis padres al enterarse -de nuevo, gracias a ti- de que estoy estudiando Literatura y que me estoy pagando la carrera con el sueldo del Instituto de Zoología. Francamente, ¿estabas obligada a aceptar a mi madre como amiga en Facebook? ¿y a invitarla a seguir tu Se Me Ha Caído El Diccionario? Si digo que no te contaré la reacción de mis padres es porque ésta no es ni la mitad de suculenta que la que tuvieron al enterarse de que me había echado novio (o algo así) en París. ¡Pues sí! Gracias a ti, esta vez a tu entrada «Amplexos«, este aspecto de mi vida es tan suyo como lo es cualquiera de los muebles que tienen en su opulento piso. Por supuesto, ni que decir tiene que la aparición de ranas y sapos en tu relato de este episodio de mi vida hace las delicias de los comensales en las fechas señaladas. De hecho, el otro día, cenamos ancas de rana a la leonesa, no te digo más. Gracias, es adorable.

El haber pensado en voz alta contigo, compartir lo que pasa por mi cabeza en la oscuridad de la sala de conferencias, ha servido para que me llamen de Dirección para preguntarme si me sentía capaz de seguir trabajando en la oscuridad. ¿Te lo imaginas? Creen que me distraigo en cuanto no hay luz. Así que, además de aguantar las risitas y «buena suerte» del equipo de sala que debo coordinar durante cada ciclo de conferencias, ahora tengo que situarme obligatoriamente al lado de la asistente de Dirección, Marta, cuya misión es vigilar atentamente que mi mirada no se pierda en la oscuridad. ¡Será posible!

Irene, si cada vez que vas a hacer alusión a un comportamiento animal en tu blog vas a mencionarme, entonces prefiero anticiparme y proponerte que tomes en cuenta este mensaje para «Libélula». Por cierto, te la ha donado un(a) tal Anónimo, alguien que, como yo, no deseaba especialmente aparecer en tus escritos. ¡Así que, contrólate, chica!

Esperando darte algunas pistas, por favor, mira este vídeo y sigue por lo menos algunas de las advertencias que te ofrezco a continuación.






Toma nota:


Julius LeBlanc Stewart (1855-1919), Nymphs Hunting [Public domain], via Wikimedia Commons
El experto del vídeo habla en primer lugar de ninfas cazadoras, esa etapa acuática de la libélula, durante los meses o incluso años antes de trepar el tallo desde el que se preparará para salir de su exoesqueleto. Bien. En este punto, ¿podrías eludir la mención del cuadro de Julius LeBlanc? Te conozco y te imagino haciendo tu búsqueda en Google escribiendo: «ninfas cazadoras + arte». Lo sé, tentador, sobre todo sabiendo que probablemente Julius LeBlanc lo pintó durante su estancia en París. Francamente, si pudieras evitar parlotear sobre cómo París fue una etapa de gestación de cambios para mí, Simone; sobre cómo desarrollé mi lado creativo recordándote a esas ninfas mitológicas; o cómo pasé de un estado contemplativo a ser una cazadora de hombres… En fin, si pudieras evitar tanto topicazo existencial, pues, mujer, yo te lo agradecería. Más que nada que, a fuerza de construir un personaje a partir de mi vida y mezclándolo con las actitudes de seres prehistóricos, podría acabar pareciéndome a mi propia ficción. No, no soy ni he sido una ninfa cazadora pero, lo más importante: evitemos que, en la próxima cena, mi familia prepare libélulas de segundo.
    
La libélula se aferra fuertemente al tallo para no caer al agua. Claro: una vez ésta ha salido de su medio original para terminar su mutación, caer en medio acuático sería mortal. Francamente, yo aquí te veo venir por dos caminos:
  • Por un lado, eres capaz de escribir que el medio original es mi familia por lo que, ya te vale, mi madre estará encantada cuando lo compartas con ella en Facebook. Por cierto, Irene, ¿podrías borrarla YA de tus contactos? Para completar esta primera vía, seguro que profundizas sobre cómo me aferré a mi estancia en París para afianzar mi propia metamorfosis. Ay, mira, sin comentarios. ¡Que sólo estuve un mes! 
  • Por otro lado, tal vez consideres que mi antiguo medio es mi obsesión por tener el armario pequeño. Entonces, la nueva etapa, ¿empezaría a escribirse con el bolso caro que me han regalado por compasión en el trabajo? No sé, chica. Tú sabrás pero mi armario tan mortal no es, aunque se incline un poco hacia la izquierda. Además, si la metamorfosis es un bolso, a saber qué te parece a ti una revolución: ¿un Ferrari?

– Ese nuevo ser que sale del cuerpo es, en primer lugar, verde. Lo del color rojo de mi bufanda tenía un pase. Sin embargo, espero que el verde te parezca irrelevante en este caso. Por si acaso, por favor, que no se te ocurra encontrar un símil conmigo. Ya sabes que soy capaz de encontrar poesía en todo proceso de la naturaleza pero en este punto eso sería demasiado, incluso para ti.  

La visión de la libélula es una de las mejores entre todos los insectos. Recuerda, no sirve: aunque llevo lentillas, gafas o -si me despisto- las dos cosas, mis lentes no tienen nada que ver con las omatidias. ¡Ah! Nada de mencionar la posible visión en mosaico para decir que mi percepción de la realidad es caleidoscópica, poliédrica o como quiera que lo llames haciendo uso de una de esas palabrejas que tanto te gustan. Créeme, es por tu bien.

Ya para terminar: En cuanto la libélula adulta abre sus alas, nunca jamás va a cerrarlas de nuevo. Más claro, agua. Aquí sí que puedes captar un mensaje, una metáfora, un elemento que puede ayudarte a entender y digerir una información. Para establecer un paralelo con este correo electrónico, podrías pensar que significa que, en cuanto abro la boca, ya no me callo. No, no te preocupes, yo te ayudo a interpretarlo bien: puedes observar en mí un movimiento de alas tan acelerado como mis reproches y advertencias. Bien. Notarás además que cada vez percibes como más alejado eso que para ti será un zumbido. ¡Soy yo! Es normal, me estoy yendo, me voy. No, en verdad, tú te vas. No me llames, ya te llamaré el día en que no tenga nada que contarte. 


Simone. 
PD: Dale recuerdos a mi madre.













|Texto: Irene Pomar|

 



Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.