Partícula / Particule

Una palabra donada por Jean-Marie Marbach



Me estoy fumando encima, dijo Jorge. 

Cada día, a la misma hora desde hace 7 años, Mara suelta una carcajada al oír esa frase que siempre le pareció muy ocurrente.
Acto seguido, se levanta de la silla para seguirle hasta la entrada del local, como de costumbre, sin dejar de sonreír. 

Desde el umbral de la puerta en el que su compañero enciende su cigarrillo, Mara no pierde de vista lo que ocurre dentro. En realidad no sucede gran cosa. Las cajas están ahí, sin moverse, apiladas. Últimamente ha bajado mucho el número de pedidos de sales de baño, así que las cajas de cartón ornamentadas llevan semanas integradas en la decoración -si se puede llamar así- de este almacén que sirve de local de venta a pocos metros del puerto. En cuanto Mara gira de nuevo la cabeza hacia su socio fumador, se sucederán esos tres segundos durante los cuales, cada tarde, tiene lugar el cruce de miradas y la media sonrisa correspondida justo antes de apagar el cigarrillo en el cenicero de suelo.

Desde aquí oigo cantar a las sales del Himalaya, le susurra, desde su caja, un cristal de sal de verbena a otro. Ya estamos otra vez, piensa Mara al sentarse de nuevo, disimulando mientras Jorge pasa por delante de su mesa para irse hacia su despacho y aislarse con sus cascos para concentrarse
. El cuchicheo chispeante que sale de la caja de las verbenas va seguido de risitas que cortan sus propios comentarios cotillas sobre lo que sucede en la caja vecina: que si ya pueden cantar, que si las del Himalaya van a pasar todas por la lota nasal para que alguien se aplique la loción isotónica contra la congestión, que si se quedarán pegadas a la piel esperando a que pase la conmoción muscular, que si se aburrirán en la bañera ocular esperando a limpiar los ojos de la clienta… Mara lleva como puede ese murmullo agudo y juguetón que ha intentado acallar varias veces desde hace meses dando, finalmente, la causa por perdida. La verdad es que está un poco cansada, estas sales mediterráneas chismosas la están volviendo loca.

Cuando la puerta del local se abre por fin, Mara tiene una esperanza de poder vender algunas de esas cajas. Al menos de las de verbena, por favor, se dice. Pero ha olvidado que es jueves y que, a esa hora, es siempre Julia quien cruza el umbral. Aún no ha terminado de despedirse ruidosa y ceremoniosamente de los vecinos del otro lado de la calle que ya está poniendo sus cosas sobre el despacho de Mara: el bolso, una bolsa de plástico del súper y una botella de vino tinto. Mientras la vendedora intenta retirar delicadamente los papeles aplastados y ordenarlos despacio, Julia apenas la mira y pregunta en voz alta por Jorge. Está arriba, explica Mara, que está acabando de ordenar los documentos preguntándose, a la vez, si el silencio procedente de las cajas de sales del Himalaya se debe a su discreción o si, por otro lado, los cristales de verbena están haciendo tanto ruido con sus cotilleos que acallan los cantos de las primeras. Justamente sobre esa caja es donde va a poner sus papeles, a ver si así se calman las chismosas.


Julia observa la escena sentada en la silla del cliente y sosteniendo un cigarrillo que aún no ha encendido. Mara no es fea, se dice, pero le falta… no sé. No te preocupes, Mara, no voy a encenderlo, siempre te asustas, ¡será posible! Mira -dice señalando su compra- de hoy no pasa, ¿qué te parece?


La botella de vino, la comida, ésa iba a ser la cena de reconciliación. Mara no ha tenido tiempo de contestar ya que el teléfono de Julia ha sonado. Es su amiga Sonia, a quien va a contarle, claro y en voz alta, por qué de hoy no pasa con Jorge… Como a canon, unos cristales de verbena dicen «Te libraste del rollo» y otros repiten insistentemente el nombre de Jorge, Jorge… Siempre chismorreando
los cristales de verbena, y con las mismas risitas de antes. Mara sacude la caja como si quisiera ordenarla e intenta oír si, por casualidad, las vecinas sales del Himalaya ya han vuelto a cantar. Nada, solo las vocecitas agudas y cansinas.

Es el momento de tomar el aire y dejar a Julia con sus piernas cruzadas balanceándose bajo la mesa, a solas con Sonia al teléfono mientras espera a que Jorge baje. De todos modos ya casi es la hora de cerrar, así que Mara coge la barra de hierro y empieza a cerrar las persianas laterales. Como un reloj, pasa el niño con su bici para detenerse y meter la rueda justamente en el lugar donde bloquea el descenso de la puerta. No se han preguntado nunca el nombre pero el niño cada día
le dice lo mismo: hoy tampoco me han reñido en el cole, ¿y a ti? ¿qué te han dicho tus cajas? 

Mientras se apea de su bici, asoma la cabeza para ver el interior y enseguida guiña un ojo a Mara y susurra: ay, que no estás sola… Ella no las oye, ¿verdad? Mara le dice que no y que, venga, es hora de ir a casa, ya hablarán mañana.

Durante la operación de cierre observa, desde la calle, la ventana iluminada del primer piso, a ver si hay algún movimiento. Jorge debería darse prisa, es hora de irse y a Mara la viene a buscar Álex, como cada jueves. Parece que lo haga a propósito, se dice Mara, sabe muy bien que los jueves quedo directamente al salir del trabajo.
Además, no quiere esperar abajo con Julia, la verdad. Jorge nunca ve a Álex, de hecho, ni se conocen. Es un misterio, como Superman y Clark Kent: nunca juntos en el mismo lugar ni en el mismo instante.

¡Aaaaah!

Un grito hace reaccionar a Mara y entra rápidamente en el local. Es Julia, pero no la ve. ¡Estoy aquí! dice saliendo del lavabo con su neceser de maquillaje y una toalla. Está empapada. Sale agua a borbotones. Ésta alcanzará rápidamente la zona del despacho. No hay forma de cerrar el grifo y la llave de paso está forzada. Mientras Julia intenta utilizar la fregona, cigarrillo apagado en mano, Mara desplaza cajas. De las que tocan el suelo no queda más que un líquido verde que se mezcla con el violáceo de las vecinas. Todo se reblandece. Tonificantes, bío, cítricas, efervescentes, aceitosas, relajantes, chispeantes, un arcoíris de sensaciones… esto es un galimatías. Cuando Jorge baja las escaleras y ve el panorama, se quita los cascos y va directamente hacia los plomos y corta la luz, nunca se sabe con estas instalaciones. Corre a ayudar con las cajas que siguen fundiéndose. Empieza por las verbenas que se han dejado de canon y gritan al unísono «Jorge, Jorge». Mara va a por las del Himalaya, que siguen en silencio.

Cuando Álex asoma por la puerta que quedaba abierta, no tiene tiempo de preguntar qué hacen con la luz apagada. Deja sus llaves, su chaqueta de cuero y su móvil encima del despacho. La botella de vino impacta contra su brazo distraído y ésta cae del lado de Jorge y Mara. Ambos dejan las cajas para salvar la botella, lo logran. Cuando pretenden levantar de nuevo los paquetes, ya han asomado bajo sus pies los enfleurages de rosas disueltos. La caída es inmediata, resbalón y al suelo, abrazados a la misma caja y, pronto, al otro.
Las sales del Himalaya se ponen a cantar mientras las verbenas se echan a reír. Ambos escuchan, no deshacen el nudo de brazos y caja, se miran y permanecen sentados sobre el suelo empapado. Sonríen más de tres segundos.

Julia -sin soltar el mocho, con el cigarrillo apagado y el neceser y Álex -con las llaves del coche y
su móvil alumbrándolos observan desde el lado del cliente.
 

(c) IPM, Montañas de sal de Cardona, un trabajo del cole, 1995


|Texto y foto: Irene Pomar|

partícula.
(Del lat. particŭla).
1. f. Parte pequeña de materia.
2. f. Gram. Parte invariable de la oración, que sirve para expresar las relaciones que se establecen entre frases o vocablos.
3. f. Gram. Elemento que entra en la formación de ciertos vocablos; p. ej.ab (abjurar); abs (abstraer); di (disentir).
~ alfa.
1. f. Fís. Núcleo de helio procedente de alguna desintegración o reacción nuclear.
~ compositiva.
1. f. Gram. En el uso de algunos autores, prefijo (‖ afijo antepuesto).
~ elemental.
1. f. Fís. partícula que se considera que no puede descomponerse en otras más simples; p. ej., el electrón.
~ prepositiva.
1. f. Gram. En el uso de algunos autores, prefijo (‖ afijo antepuesto).
 V.
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