Bambalina

Una palabra donada por José María Crespo











I.

La luz anaranjada colorea su rostro tenso, de rasgos endurecidos por el diálogo; por una conversación con alguien como Lucas, experto, en realidad, en monólogos -le reprochará ella con la voz ya desgastada por no querer gritar.
Sobre él la iluminación es azulada y empieza en los pómulos, tiñendo su mentón y su cuello de sombras tenues a la vez que afiladas. Sus manos se ven abiertas y su movimiento acompaña perfectamente el gris marengo del traje.

Sin dejar de hablar, sólo ella ve los ojos de Lucas. Sólo ella ve que miran al suelo o, tal vez, a sus pies; esos a los que la luz no alcanza. 

Tras pronunciar la palabra «quiero«, el color rojo del vestido de Mónica y su perfil armónico se perciben gracias a que entra, repentinamente, una luz blanca a través de la puerta que se abre detrás de Lucas.

La primera vez que Mónica queda deslumbrada por el resplandor coincide, precisamente, con el instante en que Lucas alza la vista para descubrir el rostro de su contertulia. Ella se ha cubierto los ojos con una mano en la que brilla un anillo de boda. Es, por fin, el primer lapso de tiempo silencioso. Sólo se oyen los pasos lentos de una silueta de uniforme y encorvada. Ésta transporta con oficio una bandeja con dos copas distinguidas y una botella esbelta que contrastan, a su vez, con las greñas que coronan a este camarero figurante. A medida que este avanza en línea recta hacia el lado opuesto, la luz se va volviendo cada vez más tenue, al ritmo de la puerta que se va cerrando, por inercia, detrás de Lucas.


Regresan los tonos naranjas y azules sobre la una y el otro y, progresivamente, se enciende el susurro forzado de Mónica. Simultáneamente, la mirada de Lucas desciende lentamente hasta que sus ojos quedan en la penumbra como al principio. Cuando la voz de ella es clara, la mano y la alianza de Mónica ya han descendido para posarse -ahora lo veo- en su cintura, dubitativa ante la posibilidad de permitir que su brazo ceda ante la fuerza de la gravedad.


A continuación, Mónica pronuncia la palabra «puedo» con un tono interrogativo, precediendo a la segunda abertura de la puerta. Se suceden los mismos cambios cromáticos y lumínicos, así como la misma coreografía protagonizada por el rostro de Lucas mirando la mano con la que Mónica -callada- vuelve a cubrirse la cara, deslumbrada por la luz blanca que asoma de nuevo. Todo, al ritmo de los pasos lentos del figurante encorvado que sólo es visible mientras cruza el umbral de la puerta luminiscente, para salir por donde había entrado. 


Esta vez el camarero regresa, antes de que se cierre el acceso, con la bandeja, la botella y una sola copa. Al cabo de unos segundos, se apaga la luz. Por primera vez todo está oscuro y, todavía, se mantiene el silencio. No se ve, no se ven.





II.


La ovación es clamorosa. Una algarabía de aplausos reclama al unísono la llegada del propietario del nombre que presento al público: Con ustedes: ¡Lucas del Agua! 

El foco circular anuncia la inminente subida del telón. Este descubre a una mujer erguida de rojo en el fondo izquierdo del escenario (Mónica). Ella sonríe y aplaude. A la derecha, aguarda el camarero encorvado – con su bandeja, la botella y una copa…


Lucas del Agua asoma con un paso airoso, bañado por la luz circular del foco. Sonríe y saluda, siempre enfocado, con las dos manos elevadas mientras se sitúa delante del atril y espera a que se apaguen los aplausos. El vaso y la botella ya se han posado sobre el facistol. 
Por fin empieza:

¡Buenas noches! [ovación]

Quiero que sepan que si puedo, haré todo lo posible por querer hacerlo. Si hay que hacer un poder, se hace, pero -como todos saben- si además se quiere, pues mejor. Sin querer sólo ocurren accidentes, incidentes, pero, pudiendo, ya se quiere mejor y puede haber más ganas. Puedo querer lo que yo quiera pero no puedo querer lo que no puedo. Tal vez mañana podré pero hoy no quiero. No quiero poder, vaya a ser que luego haya que querer. Así que si no lo hago es porque no quise pudiendo, ni pude queriendo. Por todo lo anterior y lo que puede que venga, quiero que sepan que ¡se lo aseguro!: si puedo, haré todo lo posible por querer hacerlo.  

Ha sido un éxito. El público adora a Lucas del Agua: su elocuencia, su humor, sus verdades… Aplausos, silvidos eufóricos, todo el mundo está en pie, a sus pies, y no le dejan abandonar el escenario. Lucas saluda con las dos manos levantadas, hace reverencias, une las manos como señal de agradecimiento y emoción. Alza de nuevo los brazos, retrocede y aguarda a que baje el telón.
Una vez cerrado, permanece en la penumbra dando la espalda a Mónica -que aún no se ha despegado del fondo del escenario- y al camarero encorvado, que espera a que el público haya salido para acceder al atril y recuperar la copa y la botella.
Un minuto más tarde, azul, naranja, blanco… 

|Imágenes|:

Attributed to Zacharias Dolendo after Jacques de Gheyn II, A Couple Addressed by a Lute Player, 1595/1596, engraving on laid paper, New Century Fund, National Gallery of Art, Open Access.


Jacques de Gheyn II after Hendrik Goltzius, Drummer, 1587, engraving on laid paper, New Century Fund, National Gallery of Art, Open Access. 

Jan Steen, The Dancing Couple, 1663, oil on canvas, Widener Collection, National Gallery of Art, Open Access


|Texto: Irene Pomar|




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bambalina.

(De bambalear).

1. f. Cada una de las tiras de lienzo pintado que cuelgan del telar del teatro y completan la decoración.

entre ~s.

1. loc. adv. Detrás del escenario durante la representación de un espectáculo, de manera que no se pueda ser visto por el público. El director observaba la escena entre bambalinas.

2. loc. adv. De manera encubierta.

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