Espetera

Una palabra donada por Asunción Marcos
espetera.
(De espeto).
1. f. Tabla con garfios en que se cuelgan carnes, aves y utensilios de cocina.
2. f. Conjunto de los utensilios metálicos de cocina que se cuelgan en la espetera.
3. f. coloq. Pecho de la mujer cuando es muy abultado.
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[La otra parte de la historia está en la entrada dedicada a la palabra #Lemming]
Alba ha regresado pronto de la cena satisfecha de haber decidido estar sola. Lo necesitaba. Se acuesta temprano y más serena de lo que lo estaba un par de horas antes, al finalizar la conversación teléfonica con su hermana.

Sin embargo, está resultando ser una noche inexplicable de insomnio en la que desfilan por su cama las memorias y futuribles de la historia de la que ahora empieza a conocer el relato.


Ha logrado dormir hora y media tras la que ha despertado de un sobresalto, con la apnea provocada por un edredón que la recubría y presionaba como cargado de losas, encerrándola en una cueva de colores familiares pero oscuros y sofocantes. Tras encender la luz, recupera la certeza de su ubicación. Los colores de la funda de la colcha vacía se vuelven vivos y confirman que, en verdad, siempre estuvo destapada, al contrario de lo que ese sueño extraño le quería hacer creer. Es verano. Julio. No hay edredón, ni cueva, ni presión sofocante. Ya puede respirar.

Últimamente mastica palabras. Esas que lee en biografías como la de la Baronesa von Freytag-Lohringhoven, o en novelas como El museo de la inocencia. Todas se apilan en la mesilla de noche. Lee muy rápido. Traga voces de personajes, absorbe vidas de personas, como presiente que viene haciéndolo desde hace años con sus sucesivos acompañantes. Es todo oídos, adaptación y cero expectativas. No es triste, es que ha aprendido en una escuela determinada en la que no recuerda haberse matriculado. El programa de estudios de esa escuela está basado en el siguiente enunciado: «Agradece y disfruta los detalles y ya habrá tiempo». Toda la formación ha quedado grabada en una línea temporal compuesta por una tabla horizontal imaginaria en la que ha ido clavando objetos. Hay quien dirá que los considera trofeos de caza, pero son simples recuerdos o incluso reliquias. Todos cambian de significado cada día. Lo que muta en realidad es la emoción a la que están ligados. Por otro lado, el conjunto, aunque lineal, lucha por desprenderse de la causalidad, la casualidad y la teleología. Difícil empresa a estas horas de la madrugada, mientras duda entre apagar de nuevo la luz o quedarse recostada, mirando hacia su estantería, recuperando el aliento y esperando a que el tiempo pase mientras visualiza sus objetos.
Así pues, repasando este su programa de estudios, encuentra como primera lección sin moraleja la que experimentó a los 4 años, en el parvulario. En el aula, le pidió el color naranja a su compañero de pupitre, Álex. Cuando este le respondió «te lo presto si eres mi novia», Alba lo tuvo claro: «pues da igual, no lo quiero». Aun así Álex le prestó el lápiz naranja, uno muy parecido al que su imaginación ha clavado en la tabla.
El segundo objeto sin moraleja es un cuello marinero. Esta entrega viene de la mano de su primo Pau. Toda la familia se desplazó un fin de semana para asistir a la comunión de este pariente lejano. Alba debía de tener ocho años, uno menos que el rey por un día. Tras la ceremonia, no recuerda muchos detalles. Sólo una pequeña habitación en la casa de los tíos que servía de sala de juegos. Había varios niños de su edad jugando, mientras los mayores charlaban en el salón. Por una razón que no recuerda, Pau y ella se quedaron a solas unos minutos, tiempo suficiente para que el corpulento primo la tirara al suelo y, poniéndose encima de ella, le dijera cosas que, años más tarde, Alba entendería que había copiado de alguna película para adultos. Cree recordar la cabeza de un primo, un par de años mayor, mirando por el umbral de la puerta pero no está segura. Se quitó a Pau de encima y fue a jugar con los otros niños. De vuelta a casa, o tal vez unos meses más tarde, se lo comentó a sus padres en el coche pero tampoco recuerda su reacción. Supone que le creyeron. 
Luego aparecen los pins y las gominolas que Fran le regaló a los trece años, el día de Sant Jordi. «Siempre dices que las rosas te parecen una cursilada, así que he querido regalarte lo que sé que más te gusta. ¿Quieres salir conmigo?». Le estuvo muy agradecida pero prefirió que sólo fueran amigos, ya que siempre le habían dicho que lo que se empieza tan joven no dura, así que para qué iniciar algo abocado al fracaso.
 
Por el paseo del insomnio, asoma también un vaso de cristal. Este fue difícil clavarlo en la tabla sin romperlo. Pero la imaginación puede con todo. Se trata de Víctor. El chico que casi la besa mientras suena su canción preferida del momento: «Staring at the Sun» de U2. Alba sonríe rememorando la larga conversación en ese bar en una nave industrial de Poble Nou, esa sala infinita y abarrotada en la que ambos se callaron al unísono para empezar a bailar la canción. Por primera vez, no le importaba arriesgarse. Los diecisiete en todo su esplendor, hasta que Isa lo arrancaría de su vera para bailar con él. Después de besarse con ella, Víctor volvió a charlar con Alba hasta que cerraron el local. Ella tardó años en plantearse que, tal vez, Isa no pudo obligarlo a hacer algo que él no quisiera. Fin de la no-lección. 
A los ventiúno, clava un nuevo objeto en su tabla. Esta vez, un bajo de jazz. Este iría seguido de un micrófono, una guitarra, un libro, unos auriculares, un post-it, un retrato hecho por Alba con carboncillos, una fotografía regalada, una canción escrita a dos manos… objetos situados todos sobre un mapamundi. Una década de distancias, de tierra de por medio o de por miedo -se dice, ya somnolienta pero riendo a carcajadas por su juego de palabras-. A Alba le está costando continuar esa línea. 
Recuerda la conversación telefónica con su hermana, deduciendo que tal vez sea ésta la que haya desbaratado su noche, desvelándola para dar un repaso a su vida amoro… amist… su vida en compañía. Aunque imaginaria, tiene dificultades técnicas para no desdoblar la tabla, convertir la línea en una red, ya que, pasada la década de prodigios y descubrimientos, sus instantes no pueden explicarse con un solo objeto, sino con un séquito de situaciones -ora hipotéticas, ora concretas- con imágenes invisibles de terceras personas, de otras a las que ignoró, toleró o incluso invitó sin darse cuenta para fragmentar lo que pudo ser único, recíproco. «En fin, nunca fui la única, por lo que siempre estuve sola»-se dice mientras parece que va durmiéndose-.
El programa de estudios de esa escuela a la que no recuerda haberse inscrito no le permite, por el momento, clavar nada nuevo en la línea del tiempo. No obstante, le ha permitido trazarla, algo es algo. Efectivamente, le ha dejado a Alba la espetera agujereada, perforada de vida, con desencantos pero también, y eso sí que no se lo roba nadie, futuribles aún invisibles. Por fin cierra los ojos. Una hora más tarde suena el despertador, la luz sigue encendida. Le espera una semana intensa de tabula casi rasa, de trabajo y de preparación de la casa para acoger a sus sobrinos y a su hermana en condiciones.
   
  

(c) Arturo Pomar, San Sebastián, 2001

|Imagen: Arturo Pomar|
|Texto: Irene Pomar|

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