Sinceridad

Una palabra donada por Pilar Fernández Fernández

 

sinceridad.
(Del lat. sincerĭtas, -ātis).
1. f. Sencillez, veracidad, modo de expresarse libre de fingimiento.
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En el diván de Cleis, heredado por Safo (su hija, según dicen)
 
Hoy se me ha derretido la nariz. El calor me ha desvelado que mi máscara era de cera. Tengo ganas de dormir. Pero temo que se queden pegadas las orejas a la almohada. Tengo frío en el pecho y a la vez arden mis canas. Tengo ganas de dormir…
 
Me muevo mucho, camino por el pasillo, o tal vez por el pasado. Tengo sed, pero no he llenado la jarra y, claro, yo no bebo si el agua no está filtrada. Y no quiero esperar. Puedo hacerlo, pero tendría que oír cómo se llena, lento, el recipiente. Sin embargo, aguardo. Soy paciente. Sigo teniendo sed. El pasillo se me ha quedado pequeño.
 
 
 
 
 
De pequeña tuve dos hámsters y mi memoria ha reescrito la historia. Recuerdo que un día uno se comió al

otro y que este, el que quedó solo, cayó en un cubo con lejía. Lo recuerdo como si fuera ayer y, aunque algo de esto podría ser mentira, aún me pongo un poco triste, de verdad. Si no no lo diría.

 
Tampoco puedo olvidar la primera vez que maté a una mosca, con las manos y a propósito. Tenía ocho años y lloré. Creo que no pensé que iba a conseguirlo. No me ocurre lo mismo cuando mato un mosquito. Estoy bien.

A veces mis dedos se pegan al teclado. Será que también son de cera, o que se están adormilando.

 
 
 
 
Alguien sabio me dijo una vez: lo siento, no veas el lío que llevo. He olvidado mis llaves de casa en el trabajo; acabo de salir de ver al médico y tengo anginas. Estoy esperando a un amigo para dormir en su casa. Sé que te vas pronto [en 3 días], podemos quedar en seis días, si quieres, cuando ya se me haya curado la angina. Ya no somos amigos en facebook.

Una mujer con barba de dos días se me ha acercado en la calle y me ha dicho: no te pido dinero ni tabaco, sólo un bocadillo. Hemos ido al kebab y allí ha realizado su pedido: una hamburguesa con dos lonchas de queso y sin pepinillos. Ha intentado negociar tres lonchas pero no lo ha conseguido. El dependiente le ha dicho que dos eran suficientes y que no abusara de la clienta, que era yo, según parece. Además, una botella de agua, grande, por supuesto. Indignada por la ausencia de la tercera lonchita, casi le tira la hamburguesa a la cara, gritándole al propietario con voz ronca, mientras le pedía… no, le informaba que se llevaba una caja de cartón doblada. Yo le he dicho vámonos fuera, amiga, los regalos no se lanzan. Se ha quedado mirándome un par de segundos y solo ha emitido un sonido, entre «ya» y «bah», mientras hincaba el primer bocado. Tenía razón.
 
El arte y lo que representa, la música que lo sustenta, todo enloquece cuando el ritmo se silencia. Será que uno se siente más cuerdo siendo poeta que en silencio, deseando ser cometa. Los demás, desde fuera, seguimos pidiendo deseos, o formulando nuestras quejas. Los otros demás -valga la absurda combinación de lexemas- se dan cuenta de que todo el mundo, cada persona, debería tener un poema; ser texto sin metáforas, sólo letra y notas polisémicas. Pero, en fin; hay quien, simplemente, ni come ni medra.
 
En cuanto a los santos, me contó un día mi hámster que ni están en lo alto, ni descienden aunque los llames. Simplemente son instantes, ratos de entendimiento y, tal vez, complicidad secreta entre amantes. Pero nada puro, ejemplar o sagrado, sólo tiempo inexplicable, real pero inimaginable. 
 
Hoy se me ha derretido la nariz. Y las ojeras me parecen de hojaldre. Pero soy extrañamente feliz, porque. Porque.
 
 
 
 
 
| Imágenes: (c) Sofía de Juan, La cruda verdad/ The raw truth, 2/10/2015 |
| Texto: Irene Pomar |

 
 

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