Alcornoque

Una palabra donada por Ramón Machón

alcornoque
Del mozár. *alqurnúq, y este del adj. lat. quernus ‘de encina’ y el suf. hisp. -occus.
1. m. Árbol siempre verde, de la familia de las fagáceas, de ocho a diez metros de altura, copa muy extensa, madera durísima, corteza formada por una gruesa capa de corcho, hojas aovadas, enteras o dentadas, flores poco visibles y bellotas por frutos.
2. m. Madera del alcornoque.
3. m. Persona ignorante y zafia. U. t. c. adj.
4. m. p. us. Corcho de la corteza del alcornoque.
5. m. desus. colmena.
 
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Del hacha del maestro del descorche, a la cucharilla de postre
La esquina de la calle de Los carros con Cruz azul huele siempre a pollo asado. En realidad, no siempre, sólo los domingos; entre las 12:00 y las 16:00, las familias recogen en Casa Martín su pollo asado y alguna que otra comida casera de la que hablarán, como cada domingo, durante el banquete.
En casa de los Ramos no son muchos: la madre, el padre, las dos hijas y la tía. Cuando el padre sale con la hija pequeña hacia Casa Martín, aprovechan para llevarse el cartón y el papel para dejarlos en su contenedor. Entonces la madre y la mayor se activan para ir preparando la mesa; ahora que ya no tienen los desechos reciclables delante, pueden acceder al rincón y mover el mueble plegable. Sólo hay que situarlo en el centro y desplegar los alerones -así los llama la madre- para obtener una mesa de cuatro a seis plazas. La tía, que siempre quiere ayudar, se encarga de ir desplazando, lentamente, las sillas de plástico y de disponerlas todas alineadas, las cinco a un mismo lado de la mesa.
Siempre es el mismo ritual y todo transcurre sin palabras, sólo sonrisas y miradas cómplices. La madre y la mayor aprovecharán cuando la tía vaya al baño para situarlas correctamente, dos a cada lado y una en la «presidencia». A madre e hija les queda siempre el tiempo justo para liarse un cigarrillo y fumarlo sentadas en el césped del pequeño jardín y contemplar, con orgullo, el resultado de haber declinado múltiples veces el regalo propuesto por su vecina: jamás podrían soportar tener ahí uno de esos enanos de jardín.
Cuando el padre y la pequeña llegan con el pollo, la madre y la mayor están entrando por la puerta del jardín y todos miran a la tía de reojo: ya está sentada frente al televisor, sonriente, haciéndole carantoñas al bebé del anuncio: pero qué guapo lo llevan, la verdad, claro, ¡síiii! ¡eh! di, ay… Apagarán el televisor en cuanto termine el anuncio (no antes) y la avisarán para ir a comer. Esta vez, antes de levantarse, mientras se ajusta las zapatillas, la tía permanece con la vista fija hacia el suelo e informa a la madre, su hermana: oye, ¿ya sabes que tienes esto lleno de agua? La sobrina más joven quiere explicarle que está seco, que no hay nada, pero su madre ataja amablemente y le dice: sí, es que acabo de fregar. Ven, anda, levántate despacio y vamos a la mesa, ahora se secará.
Ya en la mesa, mientras la pequeña cuenta su sábado noche a su hermana, los padres van riendo de las anécdotas, de cómo gesticula relatando el aspecto y las burradas de algunas de las amigas de la facultad que estuvieron con ella de fiesta en el Razz. La tía está en silencio, concentrada en intentar cortar el pollo con la cucharilla de postre. Sin dejar la conversación, la pequeña aprovecha el momento en que su tía bebe agua, para poner a su alcance el cuchillo y el tenedor y esconderle la cuchara. Por fin, se pone a cortar. El banquete ha empezado, despacio.
La tía comienza a explicarle a su hermana: ¿sabes cómo conocí a tu padre? 
El silencio no es tenso, la matriarca ya empieza a hacerse a la idea de que su hermana mayor a veces la confunde con una hija que no ha tenido. Todos escuchan. Nunca lo olvidaré. Estaba en el bosque porque me habían mandado llevarle el almuerzo al abuelo. Al oír unos ruidos secos, me desvié un poco del camino y allí vi a Antonio, tu padre, maestro del descorche. Tras los golpes de tanteo, se giró, me miró y me sonrió. Dejó el hacha en el suelo, arrancó una flor silvestre y se acercó para dármela junto a un trozo de corteza. Yo seguí mi camino pero me giré de nuevo y vi cómo, de un sólo hachazo, arrancaba con delicadeza, limpia, la corteza del árbol. ¿Y sabes lo que me gritó al marcharme, mientras me hacía una reverencia?…
Aquí se alza toda la familia en bloque y, mientras el padre descorcha una botella de cava, todos recitan al unísono las palabras de Antonio: 
¡No te vayas! Si no vuelves a mí, el día de hoy quedará como un tronco sin corteza y, mi vida, como un tallo raído del que apenas quedará memoria, ya que, sin ti, este será cubierto por una fina pátina de acontecimientos prescindibles.
 …
¡Feliz cumpleaños, tía! 
Según se contaba en la familia, fueron novios pero, tras su viaje a México, del tal Antonio no se supo nunca nada más. Un clásico del abandono sin razones de uno que se fue a ejercer de escritor a las Américas; ni cartas, ni poemas, ni explicaciones en unos años en los que a una le enseñaban a querer sólo a uno y ni uno más.
Pero, qué caray, brindaron, rieron y la tía dijo emocionada, mirando a su cuñado Jaime: ¡gracias por acordaros! Ay… ¡qué cosas tienes, Antonio!
(c) Arturo Pomar, Pareja observada por pájaro, 2002.
Foto: Mireia Papiol

|Texto: Irene Pomar|  
|Imagen: Arturo Pomar|

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