Haz

Una palabra donada por Pedro José Hernández Cabrera

Vida en menos que canta un rayo

– Buenos días.
– Buenas.
– Niña, ¿has mirado en el móvil cuánto falta para que llegue?
– Sí.
– ¿Y qué dice?
– 16 minutos.
– Madre mía.
– Ya.

Así empieza la jornada. A las 7:44 en la parada del 54 en Benjamín Palencia con Humanes, dirección Atocha-Renfe.

Don Damián nota la buena educación de Ana al percibir cómo ha desviado, serena, la mirada de su pantalón. Desde que le operaron de la próstata, y bien entrada su octava década de vida, los esfínteres de Damián ya no avisan. Es más bien una alarma súbita que le obliga a retirarse al primer rincón verde que encuentre, esperando que no estará concurrido y que la altura del arbusto será suficiente. Siempre hay un grado de riesgo con el que debe contar y es por esta razón que su hija le deja cada día una bolsa con un pantalón de recambio. Porque mear en vertical, en vez de oblicuo, es cada vez más difícil de evitar. Qué le vamos a hacer. Cuando llegue a su destino se cambiará.

Ana, por otro lado, no calculó bien. Va a tener que llevar puesta la chaqueta larga durante todo el día y alegrarse de que sus pantalones no sean blancos. Si no, aunque ya tiene treinta y pico años, habría temido la broma que gastaban en el instituto a la chica de los pitillos blancos a la que la menstruación sorprendió desarmada; «¡los japoneses, han llegado los japoneses!», decían los amigos aludiendo a la bandera nipona. Desde entonces, todas llamaban así a la regla: «tengo los japoneses».

Ambos se han quedado en un silencio somnoliento que será interrumpido por la llegada del siempre elegante Ángel. Debe de tener algún código vestimentario en su oficina, uno de esos looks arreglado pero informal que requieren de una americana y un par de zapatos que no se compran de rebajas. Ya está al teléfono. Mientras suben al bus no ceja en el uso de su tarifa plana y sus manos libres. Todos los viajeros escuchan, atentos:


Cuatro años. Madre mía. Cuánto tiempo. Y dices que siempre ha vivido en el barrio. Me sorprende porque no la he visto nunca por aquí. ¿Cuándo dices que murió? Ni me enteré. Recuerdo que siempre nos lo contábamos todo. Una vez le pedí que, por favor, hiciera una lista de todas las personas con las que había estado. ¡37 le salieron! Y eso fue en 2011. A saber cuál sería la cantidad el día que la atropellaron. Por cierto, me extraña que muriera así, pues nunca caminaba mirando al móvil o hablando por teléfono… Cuando pienso en ella pienso en alguien con los ojos muy abiertos, atenta, despierta, ¿sabes? No me lo puedo creer… También es cierto que no es lo mismo estar atenta que alerta. Definitivamente, no era alguien que percibiera el peligro. Es raro, ¡eh! Sí. Era un poco rara. Pero en el sentido positivo, de perla rara, ¿sabes? Bua… Qué pena… Y yo me lo he perdido todos estos años.

(c) IPM, Metz 2014
En el autobús se van cruzando miradas. La de don Damián con la de Ana. La de Ana con  la de una madre con sus niño adormilado en el cochecito. La de don Damián con la de un cazador de Pokémons a punto de bajar… Se podría dibujar una red de reacciones que parecen generar un tejido protector contra los rayos de la oratoria de Ángel quien, por supuesto, no mira a nadie y sigue hablando:

Lo de los 37 no parece mucho así, sin más. Pero sí lo es si uno sabe que empezó bastante tarde. Digamos que, al final, 37 personas en menos de 10 años ya empieza a no estar mal, ¿no? Bueno, ya, ni bien ni mal, claro. Simplemente llama la atención que alguien que estuvo dándome la brasa (con cariño, ¡eh!) sobre la importancia de encontrar a «la» persona, sobre no derrochar el amor, como diría ella… En fin, a mí, personalmente me llama la atención, la verdad. Será que al final decidió repartir el amor generosamente, jeje. ¿O que iba tirando con lo que encontraba? Porque, conociéndola, no creo que fuera tan ingenua como para creer que cada encuentro iba a ser el definitivo. Jiji. No. La verdad es que me dijo que, salvo un par de ellos, todos esos encuentros tuvieron algo positivo. El problema, decía, es que no debió admirar a esas personas. Nunca entendí muy bien qué quiso decir. Tal vez creyera que admirando a alguien, si no es mutuo, uno pierde por completo la oportunidad de hacerse respetar. En fin, no sé que sentido tiene leerle el pensamiento a una muerta.   


Próxima parada: Atocha-Renfe. Fin de trayecto. Don Damián se asegura de que no olvida la bolsa con la muda. Va a ir al baño directamente para cambiarse. Ana se cubre bien con la chaqueta y Ángel logra colocarse en primera fila para salir raudo y veloz en cuanto las puertas del bus se abran.

(C) IPM, Metz 2011


Ata lo que quieras.
Pero sólo por el centro
para que mis ramas
se sientan libres,
libres por un tiempo.


|Texto e imagen: Irene Pomar|


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haz1

Del lat. fascis.

1. m. Atado de mieses, lino, hierba, leña o cosas semejantes.

2. m. Conjunto de partículas o rayos luminosos de un mismo origen.

3. m. Anat. Conjunto de fibras musculares o nerviosas agrupadas en paralelo.

4. m. Geom. Conjunto de rectas que pasan por un punto, o de planos que concurren en una misma recta.

5. m. pl. Fasces de cónsul romano.

haz2

Del lat. acies ‘fila’, con la h de haz1.

1. f. desus. Tropa ordenada o formada en unidades.


 

haz3

Del lat. facies.

1. f. Cara o rostro.

2. f. Cara de una tela o de otras cosas, que normalmente se caracteriza por su mayor perfección, acabado, regularidad u otras cualidades que la hacen más estimable a la vista y al tacto.

3. f. Bot. Cara superior de la hoja, normalmente más brillante y lisa, y con nervadura menos patente que en la cara inferior o envés.

4. f. desus. Fachada de un edificio.

haz de la tierra

1. f. Superficie terrestre.

a dos haces

1. loc. adv. Con segunda intención.

a sobre haz

1. loc. adv. Por lo que aparece en lo exterior, según lo que se presenta por fuera y por encima.

en haz y en paz

1. loc. adv. desus. A la vista y con consentimiento.

en haz, o en el haz

1. locs. advs. desus. A vista, en presencia.

hacer haz dos maderos o sillares

1. loc. verb. Arq. y Carp. Estar sus paramentos en un mismo plano.

ser alguien de dos haces

1. loc. verb. Decir una cosa y sentir otra.

cara con dos haces

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