R. Hausmann, Mechanical Head (The Spirit of Our Time), assemblage circa 1920, wikipedia |
¡Queremos afinar nuestro sentido corporal más importante: ¡¡¡viva la emanación háptica!!! ¡Abajo el tactilismo supercialmente entendido, el haptismo es la diferencia de la concepción moderna de la vida! Construyamos estaciones de emisores hápticos y telehápticos!
– Oye, estará muy cerca pero el tiempo olvidó dejar transcurrir algunas de sus horas en estos parajes detenidos, arrestados en la celda de lo ajeno, en una cámara dibujada sobre una tangente…
– Venga, hijo, que se nos enfría el pollo y tu madre odia que tengamos que recalentar.
El padre mira de reojo a su hijo sin dejar de vigilar el suelo y sus piedras. Tiene que encontrar algo que distraiga a Jorge de sus divagaciones… Por fin pasan por las ruinas de la ermita y le invita a fijarse en los restos de un viejo campanario cubierto de vegetación sin nombre. Fracaso. Antes de contar a tres, Jorge ya está encaramado a uno de los muretes, elevando la bolsa del pollo hacia la torre, apuntando a la campana ausente. Y sigue:
– Campanas doblaron por sus ojos despistados porque no han custodiado nada desde que la casaca abandonó la muralla. Tangente inédita y sin cura… Seguridad extraviada por haber oxidado las bisagras de ocasión compradas al mayor en el bazar de las ocasiones con códigos; códigos borrados al menor temblor.
Padre e hijo llegan a casa. La madre espera leyendo en el salón. Ya habían dejado la mesa preparada antes de irse, así que no tienen más que sentarse y atacar el primer plato: sopa de letras. Los tres saborean el silencio, especialmente Carmen y José Antonio que disfrutan de la mudez de su hijo. Un «por fin» reina en su lado de la mesa y sólo se intuye por los intercambios discretos de miradas. Tras tantas palabras construidas a cucharadas, tras tanto temor a remover el caldo y perder la ocasión de vislumbrar un vocablo, Jorge aborda el pollo agotado.
La siesta sugerida por el padre va acorde con la nueva tendencia de Jorge, quien ha renunciado por completo a la televisión, invitada ineludible a la sobremesa familiar. Así pues, se retira a su cuarto desde el que no puede dejar de pregonar.
A las seis, cuando la película de la Uno ya ha terminado, el padre va a despertar a Jorge. Es la hora de merendar.
– Hijo, despierta, hay chocolate caliente.
Al entrever la incorporación de las greñas desorientadas de su hijo, aprovecha la luz que entra por el umbral y apunta a su reloj de muñeca.
Jorge lleva de nuevo sus vaqueros y tupé. Frente a la mesa camilla se hallan, otra vez, los tres miembros del clan, con melindros y churros recién hechos. Sobre el hule amarillo han caído algunas gotas de chocolate que el heredero empieza a unir con el mango de la cuchara a modo de pincel. ¿Estará jugando al Scrabble sin tablero?
– Jorge -dice la madre- tenemos que hablar.
– Lo sé. Dime. Soy anécdota sin voz, tinta sin… ¡Mmm! este chocolate es la leche.
(c) Irene Pomar, Aranjuez, 2016 |
|Texto: Irene Pomar|
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