Sensatez

Una palabra donada por Leandro Mosco


Cuarenta céntimos. Eso es lo que suman las dos monedas que se han caído del vaquero. Alba no aprende. Eso es lo que ocurre al persistir en la mala costumbre de sacarse el pantalón sin vaciar antes los bolsillos. La lavadora, si tuviera voluntad, iría centrifugando de rebajas con los céntimos acumulados en cada lavado. A veces, cuando no tiene propinas, la máquina se venga esparciendo virutas de pañuelos que han caído en su bombo, por descuido, otra vez. Así devuelve prendas negras y rojas cubiertas de motitas de papel blanco. Todo un evento que confirma que a Alba le encanta convertir su día a día en un pequeño infierno.

Hasta que piensa en algo. Algo nuevo. En una caricia imaginaria, tal vez real. De ese alguien al que sabe que no, que no… ¿Pero y si?


Además apura al máximo el horario nocturno frente al ordenador. Termina el capítulo de la serie de misterio donde lo importante es, en realidad, ver si los protagonistas se enrollan, alternando esta esperanza con la contabilización de «likes», corazones, estrellitas y favoritos en ese «post» fenomenal y tan único que sólo ha sido compartido anteriormente unas 345.983 veces. 4 «likes». Ese es el balance en su muro. Cuando parece entrar en razón se va a la cama con el móvil en la mano, lo enchufa al cable de la radio y tira de la FM -por no gastar wifi o 4G- y escucha el programa que retrasará un poco más la hora de cerrar los ojos. Un vistacito más a las redes en las 7 pulgadas (4 likes, 3 favoritos y 1 retuit) y apaga la pantalla. Como además enchufa el dispositivo a una toma un poco alejada, cuando se levanta a oscuras a media noche para ir al baño, tropieza sistemáticamente con él y hace que el celular aterrice forzosamente en un punto distinto del cuarto cada día. 

Y entonces piensa en música. En algo que ella no, no, la verdad. Pero eso que a veces suena es tan… Y salta en pijama por el piso y para. No mires a los ojos a la melodía, se dice, no mires a los ojos.

La alarma -del móvil, claro- suena a las 6:43. Nunca selecciona horas en punto. Tiene sueño y, tras una primera verificación, comprueba que el número de likes es el mismo que el de hace seis horas.


Dedicarse a… Esa es una opción real. Bueno, no es tan fácil. Pero está tan cerca eso de ser alguien de verdad y dejar de ser algo auténtico… Nunca ha aprendido a pintar. Ni lo va a hacer. Pero no para de pintar. Y dibuja. Y, y, escribe. Pero es tan poco posmoderno… Y a los modernos tampoco les va, piensa. Y lo de verse a sí misma en un videoclip con viento en los cabellos y alguien que se acerca por atracción a ella, ¡uf!. Pero, no, las cámaras, no…


Tras la ducha enfila un pantalón con un bulto extraño en el bolsillo; están limpios y, por eso mismo, aún conservan una bola de papel petrificada. No la tira a la basura sino que la deja al lado de la pila del lavabo junto a un bastoncito de algodón. «Luego lo llevo todo a la basura». Por supuesto, cuando vuelva del trabajo, ambos seguirán ahí.

Otra cosa que convierte la vida de Alba en un infierno improbable es tener que tomar prestado un paraguas de marca que pudo abrir sin problemas pero que, sin embargo, dispone de un sistema de cierre misterioso y sofisticado. Tras un cuarto de hora en la estación de metro batallando con un paraguas abierto, con las correspondientes miradas de reojo conviviendo con las distraídas y las indiferentes, tuvo que recurrir a un chico con coleta y gafas que parecía buena gente y pedirle ayuda. Tras otros cinco minutos lograron localizar por accidente un botón oculto en el mango que, precisamente, permitía cerrar -que no abrir- el paraguas. «¡Gracias, majo!».

Recuerda el día en que, a los cinco años, casi vende a su madre por Mary Poppins. Qué maravilla chasquear los dedos y ¡hala!, ordenado. Su personaje preferido era el loro que desde el mango del paraguas, le suelta un discurso a Mary Poppins. No recuerda lo que dijo pero él tenía razón y ella se equivocó al irse como si nada. 

Merendar o no merendar. Dulce o salado. Compartir o no. Retuitear o no. Trabajar o… sí, sí, trabajar, sí. Enamorarse o… no, enamorarse, no, bueno, verás… Votar a Trump o a los verdes, no, perdón, Alba no vive en EE.UU. 


Cuando vivió en Istanbul tuvo que piratear su acceso a twitter porque estaba prohibido utilizarlo. También pintaba y siempre merendaba a la hora de comer y cenaba a la hora de merendar. Excepto el día en que una bomba de gas pimienta explotó en la entrada de su casa. Ese día estaban cenando a las 9 de la noche. Eran tres en el comedor cuando se oyó el ruido. Ya no recuerda si fue una explosión o si ese sonido se ha incorporado más tarde a su memoria, como un decorador de eventos intruso. El caso es que es la primera y última vez en que, tras arrancarse las lentillas (siempre lo relata igual, pobre), en medio de una ceguera ambiental causada por el humo, pensó que iba a morir asfixiada; sabía, sin embargo, que no sería por los picores. Estos últimos se pasaron frotándose la cara con la leche que los vecinos les trajeron cuando empezó a clarear. Lo de ahogarse se pasó respirando hondo. 

Hay suficiente ropa para una lavadora. Ha puesto un disco de algo en su viejo loro para bailar en albornoz mientras llena el bombo. En él entran un paquete de kleenex, un billete de cincuenta euros y un par de liras turcas. Tras tender las prendas delicadas que expulsan virutas, se va a dormir con las lentillas puestas y un ordenador con skype lleno de usuarios ausentes. Tras varias conversaciones con las notas musicales que siguen merodeando, se le cierran los ojos a las 6:42. El sueño dura un minuto, suficiente para que al levantarse deba tirar las lentillas junto al bastoncillo de algodón.


Pero es que esa música es tan… Pero no, no, ella la música tampoco… no, no.

(c) IPM, Ni-no, 2008

|Texto: Irene Pomar|

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sensatez
1. f. Cualidad de sensato.
sensato, ta
Del lat. tardío sensātus.
1. adj. Prudente, cuerdo, de buen juicio.

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