Engentarse

Una palabra donada por José María Crespo

Soy un paquete de 87 años

Me estoy preparando para un gran viaje. Corto, pero grande, lleno de retos, preguntas y que me va a obligar -ya lo está haciendo- a dejar de lado muchos prejuicios y condescendencias. El caso es que para este viaje debo vacunarme. Uno de los pasos es ir a la Seguridad social a hacerme un análisis de sangre para confirmar que estoy vacunada de una serie de enfermedades.

Este viernes por la mañana tenía mi cita entre 8:30 y 9:00 para que me extrajeran sangre. Aviso: no voy a criticar a médicos ni enfermeros, al contrario. Lo que subyace en este texto es un respeto y admiración por su trabajo. Cada una de las personas que pude ver esa mañana son profesionales de una calidad humana de la que tengo que aprender, así de sencillo.

El procedimiento es el siguiente: en primer lugar hay que coger turno en el aparato rojo, que hoy he sabido que se llama «turnomático» o «máquina expendedora de turnos». A continuación, hay que fijarse en la pantalla «su turno», cuyos números rojos indican cuando se puede acceder a la puerta de la derecha. Una vez se sale de esa primera sala, hay que esperar para entrar en la de la izquierda. Preguntando, uno puede entender que la de la derecha sirve para entregar muestras de orina y recibir tubos vacíos, siendo la de la izquierda la zona de extracción de sangre. Es la espera para esta segunda fase que suele convertirse en algo caótico, ya que no hay gestor de colas, ni te avisan, ni tienes una pantalla «su turno», así que tienes que fijarte en la persona que tenías delante en la primera fase del proceso. Esto suele generar conversaciones variopintas cargadas de sentido común. Un punto de complicidad que se agradece a esas horas de la mañana.

No obstante, este viernes, en medio de las 50 o 60 personas que aguardábamos sentados o en la cola, hemos tenido un protagonista nuevo, al que llamaremos Andrés. Andrés va arreglado, con pantalón gris oscuro, camisa clara y una parca moderna que le habrán regalado sus hijos y nietos para Reyes. Tardó en entender que había que coger turno como en la pescadería y que, a continuación, los números rojos indican que ya se puede saludar a la enfermera a la que entregará lo que lleve en el bote recibiendo, a cambio, los tubos mencionados arriba. De hecho, esto último tuvo que explicárselo un enfermero de una tercera sala en la que yo no había reparado. Andrés, esforzándose por mantenerse erguido, sigue el movimiento de las manos del profesional, alternando la mirada entre el papelito, la puerta y la «su turno». 

Hay mucha gente de pie, sentada, hay cambios de sitio, intercambios de asientos, movimientos entre colas, conversaciones simultáneas que no parecen ayudar a la concentración de Andrés (ni a la mía, de hecho)… Un joven le invita a sentarse mientras espera y le va explicando: «usted, ahora entregue las muestras, pero fíjese bien en quien va delante, porque luego, en la otra puerta, tiene prestar atención». Varias veces se lo dijo, ordenando la frase de varias maneras, mientras Andrés asentía. Tras un episodio de deriva por parte de todos los asistentes, un médico asoma acelerado por la puerta de la sala de extracciones y reprimenda a los presentes por no estar organizados: «tienen que fijarse ustedes en quién va delante, yo no puedo decir quién tiene la vez». Cuando Andrés salió de la primera sala, ya nos habíamos organizado de nuevo, así que la cosa fluyó. Al entrar la señora del abrigo azul, se levantó, no sin ayuda, para poder llegar a la puerta a tiempo; a un paso corto y titubeante cada tres segundos, parecía no querer hacer esperar. «Me voy a levantar, pero es que no me aguanto mucho rato». Sin decir nada, me puse a su lado por si su declaración fuera cierta, pero aguantó, incluso cuando el médico de la reprimenda asomó, más sereno, por cierto.

En cuanto acabó mi extracción, nos encontramos en la sala de espera varias personas con el brazo descubierto y estirado, presionando la gasa sobre el pinchazo, con el dedo, tal como nos habían indicado. Éramos poco más de diez personas en ese instante. A mí frente, Andrés mueve la cabeza como negando y dice: «si es que soy un paquete, soy un paquete de 87 años«. Una señora le dijo inmediatamente que no tenía razón, que «ni se le ocurra pensar así». Nosotros sólo nos miramos e intercambiamos sonrisas, mientras nuestros dedos seguían presionando. «Soy un paquete porque me cuesta seguir, entender, mire cómo ando…», comentaba. A lo que otra señora respondió «ahí vamos todos, señor», y ya nos gustaría firmar para estar como usted. No sé si quedaría muy convencido, pero en cualquier caso, sonrió. 

Mientras me miraba de nuevo, sólo se me ocurrió decir, en bajito: «no es usted un paquete, ni el médico tiene mala leche. Es que hace falta una segunda máquina ‘su turno’. Eso y menos prisas.» 

Nada profundo, ya lo veis. Pero al final, no tiene sentido que la aceleración de lo disfuncional lleve a una persona a creer que sobra. Sencillamente, porque eso no es cierto.
(c) Irene Pomar, Terrassa, 2012





|Texto e imagen: Irene Pomar|
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1. tr. Méx. Dicho del movimiento de la gente en una ciudad grande: Causar aturdimiento. U. t. c. prnl.
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