Agonal

Una palabra donada por Carmen Guaita

Las huellas no son solo lo que queda cuando algo ha desaparecido, sino que también pueden ser las marcas de un proyecto, de algo que va a revelarse.
John Berger
Hay un hombre en la mediana de la calle Pío Felipe. 
El césped separa los dos carriles por donde circulan sin cesar autobuses, coches y más autobuses en el sentido contrario. Sobre esa misma mediana hay una floristería cuya lona anuncia la empresa de toldos en vez de dar a conocer el nombre del vendedor de plantas. A su lado, en el césped hay inscrito un cuadrado de unos 4 metros de lado, cubierto por una reja metálica enorme compuesta, a su vez, por miles de agujeros también cuadrados, de unos dos centímetros cada uno. Por ella se intuye la respiración del metro que, sin ser de vapor, humea fatigas y euforias, chirría como engranajes de reloj de campanario antiguo y con prisas futuristas.
Hay un hombre en la mediana de la avenida que ha encontrado su cuadrilátero. 
Son casi las siete de la tarde y todos los que aguardamos bajo la marquesina del bus esperábamos que estuviera ahí. Es un señor de mediana edad disfrutando de su ring. Distinguimos al usuario novel porque, en cuanto oye los primeros kiai, gira la cabeza a derecha y a izquierda varias veces, desconcertado, antes de localizar el origen de los gritos. Como todo novato, acabará orientándose gracias a los habituales que estamos emulando girasoles mirando al frente. En general, se convertirá en un espectador más del combate de este hombre solo, desaliñado, con una camiseta blanca de tirantes que enaltece una barriga elaborada descuido tras descuido. Hoy ha dejado su fardo de ropa de abrigo en el lateral derecho del cuadrilátero. Ayer, en el izquierdo.
El debate está servido para los que no ríen. A pesar del kiai, a nadie parece quedarle claro si es karate, sumo, si boxea a la francesa, o si practica una lucha mixta aprendida en un videojuego o en un programa televisivo con el que se comprometió, como yo me implicaba de pequeña en coreografías de Madonna, Europe, Aha, Ravel indistintamente en cuanto los clips asomaban en la pantalla. 
Cada día el mismo ritual de observación desde la marquesina. Hay en el ring recorridos diagonales propios de un gimnasta rítmico que olvidó abandonar su aro y sus cintas antes de iniciar las acrobacias sobre suelo. Con una sobrecarga de estímulos y motivaciones, se entorpece a sí mismo en ese grito que transita del uy al ay pasando por un guerrero y furioso arrrg y jaaa, intercalado todo ello por un trabajo de comentarista que el propio deportista lleva a cabo. Mientras, la pierna se eleva intentando llegar a un acuerdo con dos brazos que ya quieren comunicar el triunfo antes de haber competido hasta el final. ¿Pero competir, contra quién? Desde la parada de autobús se han preguntado qué hace, por qué lo hace, contra quién se imagina que lucha…
Si me quieren identificar, yo soy el girasol que está fumándose el cigarrillo en silencio. He tenido varias tardes para pensar que si cada día se formulan las mismas preguntas significa, probablemente, que la cuestión está mal enfocada. Pero, debo admitirlo, no tengo una propuesta mejor. Sin embargo, hoy todo ha dado un giro. La espectadora novata de hoy en la parada de autobús era una niña de apenas medio metro y ha planteado a su padre la pregunta que ha abierto nuestros ojos de curiosos redundantes: ¿cómo sabe que está ganando si no hay árbitro?
A todos se nos han caído las pipas.
Bravo. 




Texto e imagen: Irene Pomar


Todos los derechos reservados Registrado en Safe Creative
–4

agonal
Del lat. tardío agonālis, y este der. del lat. agon, -ōnis ‘combate’.
1. adj. Perteneciente o relativo a los certámenes, luchas y juegos públicos, tanto corporales como de ingenio.
2. adj. Perteneciente o relativo al combate; que implica lucha.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.