Pellizco

Una palabra donada por Julio Adán



No hay ni un sonido agudo en estos instantes. En este parque se oyen chicharras y pájaros que nosotras, las urbanitas, no podemos identificar. Además, como estoy haciendo el esfuerzo de no mirar el móvil, ni siquiera voy a consultar en internet para aportar un par de nombres de aves que impresionen al lector. Son como loros o cotorras. Tal vez, ambos.

(c) IPM, junio 2017

No se oye un solo sonido agudo, salvo cuando alguno de los seres voladores desafina o, ya más lejanas, intervienen las sirenas de los camiones de bomberos que interrumpen el rumor contaminante de los coches. Unos segundos después suele entreverse, a través de la arboleda descendiente, un coche de policía rezagado que -con su propia sirena- parece querer prevenir a los que tomaron la avanzadilla de que «¡ya va, ya va!»

Estoy en un banco de madera, diría que cómodamente sentada si no fuera por el sol que se ha colado inquisitivo entre las hojas y, por otro lado, la ropa interior mal elegida que también se impone con sus pliegues sin remedio en zonas innombrables para una señorita como yo, quieta en estos lares hasta que llegue la hora de la cita en la peluquería.

El perro que iba a saludarme ha pasado de largo para empezar a ladrar a algo. Estoy tan relajada que no pienso girarme para preguntarle. A mi lado, una mujer -con una falda muy parecida a la mía- está hablando por teléfono manteniendo una mano en el cochecito al que está dando la espalda. Los piececitos que de él sobresalen, no parecen tener nada en contra de los múltiples «pues nada» proferidos por su adulta predilecta.

Esto es muy confortable.

Debo pensar en no llegar tarde a la peluquería y en rezar por que funcione el baño de color -que no tinte- que debe cubrir esa veintena de canas que asoman porque sí, por marcar territorio, por tocar los… Esto no hay quién lo pare: hoy me he subido al maravilloso tren de la frivolidad y el narcisismo y me gusta/o.

No me han dado ni un «Lecturas» para ilustrar esos veinticinco minutos que voy a pasar con el cabello cubierto de una pasta que se convertirá en algo similar a mi color natural. Así pues, seguiré conviviendo con esta puñetera libreta roja que siempre se me queda corta, aunque -qué gozada- combina perfectamente con la toalla que llevo sobre los hombros con una pinza negra. Soy un cardenal. A mi espalda, el sagrario con todas las gamas de productos «l’Oréal» y, a mi derecha, la patena de plástico negro sosteniendo el cáliz donde se ha mezclado ese potingue que, si fracasa, concluirá en hostias.

No, pero tengo fe.


(c) IPM, junio 2017


|Texto e imágenes: Irene Pomar|
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pellizco 1. m. Acción y efecto de pellizcar.2. m. Señal que deja en la carne un pellizco.3. m. Porción pequeña de algo, que se toma o se quita.4. m. coloq. Cantidad de dinero u otra cosa con la que alguien se beneficia de un modo accidental. Consiguió un buen pellizco.pellizco de monja1. m. Bocadito de masa con azúcar.
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