Precio-unidad

Días que paran.

(c) IPM, Agua Amarga, 2019

El vecindario enriqueció y pensábamos que todo iría mejor. El colegio público tiene pistas nuevas, de esas que también utilizan los adultos los fines de semana, por un alquiler mínimo que garantiza al AMPA y al centro seguir con el mantenimiento del recinto y emprender alguna que otra reforma más.

Marta lleva años presidiendo la asociación de vecinos. Siempre después o antes del trabajo, siempre después o antes que la casa. Siempre atenta, siempre, siempre. Sin parar, sin fallar, sin dudar, atendiendo siempre.

Desde que tocó la lotería de Navidad, la pila de solicitudes que está ahí desde quién sabe cuándo prometía desaparecer. Por dónde empezar. Tiene un dominio irreprochable de cada uno de los expedientes amontonados en el despacho: pistas del colegio, farola, papeleras, contenedores orgánicos, barreras para que no huyan los balones del parque, más parques, asfalto, rampa para el portal del número 4 de la calle Z, campaña del banco de alimentos, concierto para las fiestas del Carmen, manifestación contra los recortes de los centros de atención primaria…

Solicitudes. Cosas importantes. Algunas, urgentes.

La señora Juana ha dejado por fin de llevar el brazo en cabestrillo. Vino ayer a verme a casa para contarme que se iban al pueblo de vacaciones y que espera no tener el mismo tonto accidente del año pasado, «ahora que he recobrado la salud perdida», me dijo. Juana, a sus ochenta y tantos, es de esas personas que todo lo hace más fácil. Su marido está cada día más orgulloso de ella, dice, y ve con admiración cómo aprende a multiplicar rápidamente.

En cuanto a las solicitudes, con los milloncejos que han caído, bien podría… se podría dar respuesta a todo, incluso a lo que compete a la administración pública. Sin embargo, Marta lleva meses pasando las tardes sentada observando las carpetas. Siempre se ha mostrado satisfecha al mando. Los vecinos la aprecian. La señora Juana me lo ha dicho muchas veces: «con lo que trabaja esta chica, hay que ver la dedicación que le pone a esto de la asociación. Siempre paciente, amable… Demasiado hace.»

(c) IPM, Madrid, 2019

Y, sin embargo, ahí sigue. Hoy se cumplen seis meses desde que tocó la lotería y la cima de la montaña persiste en su altura, altivez. No es que Marta crea en la telequinesia. Mirar así, interrogar con los iris dilatados a los papeles, es esperar a un vendaval que no está previsto y que no va a soplar. Nada va a arrasar con las tomas de decisiones pendientes. El «¿por dónde empezar?» no acaba nunca. ¿Dónde estás, Marta?

Aquí.

Hay en esta sala un decorado perfecto. Bajo mis pies, arena de playa con su variedad de granos y algas muertas depositadas por las olas así, como quien no quiere la cosa. A unos metros cambia el color y se oscurece la arena más cercana al mar. En este escenario de acuarela han pintado también la espuma y las crestas de ola listas para un selfie sordo ante el sonoro ambiente.

Para el cielo, sombras de nubes abigarradas, cada una despeinada al estilo de su corriente de viento, maquilladas algunas por un rayo de sol intrépido que pretende salpicar el mar, cueste lo que cueste. 

Pisan la postal perfecta las barcas y motos que hacen ruido de avenida en medio de esta bahía de acantilado. Las boyas amarillas son, en realidad, tímidos juguetes, sorpresas salidas de un huevo de chocolate, cosas que una se acostumbra fácilmente a mirar, sin más.

Allá donde no llega la posidonia arrancada, donde la arena es un poco más clara porque no la alcanza la marea, practican yoga dos mujeres. Mientras, la señora de la media melena blanca y sus bermudas azul cielo, cuenta sus pasos en silencio al recorrer por tercera vez este tramo de playa. En cuanto llegue a los diez mil pasos, puede que vaya a desayunar. Una mujer morena se ha detenido al mismo tiempo que yo. Ella mira al horizonte gris, yo, un sofá abandonado que la mira a ella. Sobre el asiento: un marco de fotos din A2 vacío, el cabezal de una cama de madera, poliestireno expandido que podría haber sido una tabla de surf para niños. En el sofá no puede sentarse nadie. No sólo porque no tiene cojines; tampoco porque ya esté ocupado por objetos alienígenas, sino porque la cuarta pata está en el aire, flotando sobre un charco que ha quedado de la tormenta de anoche, robando así cualquier oportunidad de equilibro al mueble.

Bien. Voy a responder un mail.

 

(c) IPM, Agua Amarga, 2019

El 19 de noviembre de 2016 Antonio García-Santos Sobrado donó a SeMeHaCaídoElDiccionario unas 200 palabras. Una de ellas era PRECIO-UNIDAD y a ella dedico ahora este relato. Pero él ya nos regaló su definición basada en el CONTROL y la SOLIDARIDAD. Su palabra formó parte del fanzine Recuerdos del futuro, que, junto a sus compañeros/as de la Asociación en defensa de las Chimeneas y el Patrimonio industrial de Málaga, publicaron ese sábado en el marco del festival papelcontinuo_ (iniciativa de Kike Mellado e Isabel Hernández) en La térmica (Málaga). Este inolvidable taller lo coordinamos junto a la amiga y compañera Sofía de Juan (Plataforma indómita).

Antonio García-Santos Sobrado donó a SeMeHaCaídoElDiccionario unas 200 palabras.

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