Envergadura

Lleva unos vaqueros agujereados a la altura de la rodilla derecha y del muslo izquierdo. Son de un azul oscuro casi negro y los hilos que se desprenden del contorno de los agujeros son más bien grisáceos. La blusa parece sedosa, de un azul marino brillante, atornasolado, que combina perfectamente con el marrón del cinturón.

Va descalza. Acaba de bajar del autobús con las gafas de sol puestas, el cabello recogido, el bolso perfectamente acoplado, pero va descalza. No hay duda. Camina por la acera del barrio sin temor a los cristales, cacas u otros incidentes habituales en la ciudad.

Suela de sandalia de de mujer en la antigua Grecia (pendiente localizar fuente). Inscripción: «Sígueme»

Está tan pálida que, al ver sus pies, cualquiera diría que los lleva pintados de blanco como se hacía en la antigua Roma para identificar a los esclavos en venta, según he leído por ahí. También leí que algunas griegas utilizaban las suelas de sus sandalias para inscribir en ellas sus pensamientos, que quedarían grabados sobre el suelo blando. Pero me estoy desviando del camino. Me ocurre a menudo. Seguidme.

Como hoy me ha dado por seguir a esta mujer, no puedo daros su nombre. Sí contaros que su pelo es negro y que no sé si sonrío o no porque ya no le veo la cara. No penséis mal, no es que vaya por ahí persiguiendo a gente. Es que hemos bajado en la misma parada y, por ahora, parece que vamos al mismo lugar. Eso, si no me golpea alguna alguna farola harta de verme ir tomando estas notas en mi cuaderno…

Las dos hemos empezado a andar hacia la izquierda. Es una acera de baldosa gris, normal, y los edificios que quedan a nuestra derecha son de ladrillo, normal; con sus cuatro o cinco plantas, normal. Un paso cebra y su semáforo, normal. En la manzana siguiente, una acera igual de normal, pero más estrecha, que se amplía al llegar a la entrada del supermercado que parece desde fuera más grande de lo que es en realidad.

Esta mujer, para lo descalza que va, camina muy rápido. Aprovecho este segundo semáforo para anotar que somos las únicas peatonas aguardando la luz verde. Me preocupa que la descalza se interese por lo que escribo, pero sigo haciéndolo como si nada, mirándola de reojo de vez en cuando. Viéndola de perfil, creo que hace bien en pintarse los labios un poco. Le da vidilla, pienso, signifique lo que signifique esta frase tan socorrida.

Verde. Me doy cuenta de ello porque ha empezado a caminar por este paso de cebra largo. Al otro lado nos espera una acera ancha, un colegio y edificios muy altos a la derecha y, a la izquierda, el parque con enormes colinas. Allí parece que nos dirigimos las dos. Cruzamos de forma salvaje sin mirar si hay paso o semáforo para llegar cuanto antes al camino de tierra que penetra en la escasa arboleda entre las lomas. Deceleran sus pasos, imagino que sus pies desnudos son menos ágiles en terreno no asfaltado. En la tercera colina de césped, la dueña de los pies blancos se desvía de la senda para empezar a subir la cuesta. Difiriendo del que debería ser mi itinerario, está claro que se dirige a la cima. La veo ascender por este montículo de poco más de quince o veinte metros de altura.

Todos sabemos que estas lomas son una alfombra que cubren aquello que no supimos recoger mejor, que no osamos retirar por completo, aunque no nos temblara el pulso a la hora de enterrarlo. Hay aún bajo estas colinas de césped, a las que acudimos para ver los mejores atardeceres de la ciudad, restos del poblado nacido a principios del siglo veinte. Eran casas bajas y barracones encalados que configuraban un poblado de paredes blancas con techos y anexos de cartón y uralita. Durante décadas, vivieron en él un par de centenas de personas. En los sesenta contaba con más de cuatro mil habitantes. Todo ello fue cubierto de arena para inaugurar este parque en los ochenta.

Cuando los pies blancos ya están en la cumbre, la mujer se mantiene erguida. Ha dejado el bolso en el suelo para poder mirar cómodamente el horizonte urbano. El sol decae para empezar a pintar de postal la sierra al otro lado de la urbe, pero aún queda luz suficiente para vislumbrar los pies albinos. La mujer ha extendido ahora sus brazos, como intentando medir la distancia entre el hospital del suroeste y la torre de comunicaciones al este, lindes visuales de este panorama civilizado, otra alfombra de presentes chillones que también acalla orígenes e interferencias.

Vitrubia en verde y blanco, (c) IPM, 2019

Esta tarde está pasando sin más. Estar quieta mucho rato es como estar lejos y esa distancia entre el antes y el después no la tenía medida Vitrubio ni garabateada Leonardo da Vinci, por muy inmóvil que estuviera su papel ni por muy bien presentadas que estuvieran esas dos posturas en el dibujo de las proporciones del cuerpo humano. A ese hombre representado me recuerda precisamente la dueña de los pies blancos y brazos extendidos. Se me ocurre la disparatada idea de que, aunque ella sea mujer, tal vez también en ella se cumpla aquello de que «la longitud de los brazos extendidos de un hombre es igual a su altura».

La cercanía llega cuando miro de nuevo sus pies y toma sentido su color blanco, blanco. La mujer-árbol está enraizándose en la profundidad. Su raigambre topa con esos muros ocultos de los que absorbe los restos de cal confusa y confundida en las paredes de los hogares que la tierra cubrió. Esas raíces aspiran y reparten albo tono a la que allí se pose y despliegue su abrazo desde lo alto de esta zona verde apoyada en lo que hace un siglo llamaban el Palomar de Rivera.

Verde y blanco (c) IPM 2019

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Texto y Collages: Irene Pomar
Fotografía en blanco y negro del Cerro del Tío Pío: Archivo Regional de la Comunidad de Madrid. Fondo Fotográfico Martín Santos Yubero, sign. 21480
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envergadura – Una palabra donada por Maura Ver Mur –
De envergar.

  1. f. Distancia entre los extremos de las alas de un avión.
  2. f. Distancia de los brazos humanos completamente extendidos en cruz.
  3. f. Importancia, amplitud, alcance.
  4. f. Mar. Ancho de una vela contado en el grátil.
  5. f. Zool. Distancia entre las puntas de las alas de las aves cuando aquellas están completamente abiertas.

de envergadura

  1. loc. adj. Importante o que pretende serlo.

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