En 2014, Jeff Gibbs donó en Kadiköy (Estambul) la palabra «Rêya Kadixê».
«Significa ‘Vía láctea’ en kurdo», me dijo.
Cambio de Norte o cómo en estas fechas de crisis, un cisne permite empezar un relato con algo distinto a «en estas fechas de crisis».

«El animalito nunca sabía dónde meterse» de lo feo que era, se lee en el cuento del «Patito feo». Cuando el viejo ilustre de su supuesta bandada le decía a su madre «lástima de ese gordote. Este sí que es un fracaso. Me gustaría que lo retocases», el pequeño se aferraba a los comentarios de ella, medio amable aunque visiblemente resignada: «me figuro que al crecer se arreglará». Miraba por entonces al cielo, obnubilado por los otros grupos de ánades que le sobrevolaban. Si, en la noche, sus ojos hubieran apuntado más allá de las alas de otros pájaros, habría descubierto a un ancestro que con su pico le señalaría la entrada a la Gran Grieta, esa hendidura oscura de la Vía Láctea. Y es que once mil años antes de que Andersen escribiera el relato* ya había un cisne en el cielo dibujado por diez estrellas. Ese tramo de la galaxia es -según contaban moradores antiguos de nuestro planeta- un camino o río al mundo celestial donde la vida en todas sus formas prospera lejos de la Tierra.** Si nuestro feote se hubiera reconocido en esos ancestros, habría vislumbrado un mundo en el que meterse y tal vez habría emprendido el vuelo hacia esa zona profunda, remota y más desconocida, si cabe, que su propia identidad de joven ánade descolocado.
Además, nació el feo en tiempos de la Osa menor y era en su cola donde brillaba el Norte y era ese el norte al que miraban todos. Quedó milenios atrás el tiempo en que eran el dibujo de Cygnus y su estrella Deneb los referentes para la construcción de templos y ciudades. Era aquella una era de la que sabemos tan poco que de ella prácticamente sólo podemos decir «periodo precerámico A,B,C…» al sur de la actual Turquía. Pero qué iba a saber de todo esto un pato, feo o no, que ni tan solo era consciente de que era cisne. La cuestión es que ese cisne ancestral sigue apuntando a la Gran Grieta, aunque desbancado por dejar de ser norte de civilizaciones que tal vez no se conocían entre sí, pero compartían ese sentido de la orientación y la mirada hacia el misterio.

En fin, como se viene diciendo, cuando en 1.843 Andersen presenta al mundo al animalito torpe y desarraigado han pasado ya once mil años desde que Deneb blandía su puesto de estrella polar en la cola de un cisne que guiaba a lo más profundo de la Vía Láctea. A pesar de haber perdido su título de Polar honoris causa, la constelación sigue siendo la Cruz del Norte que apunta hacia el mismo camino oscuro. Mientras aparecen seres indecisos cuyo reto es mirarse en aguas claras y verse en rostros amigos, aguarda Cygnus su turno que, de volver, tardará unos 8.000 años más. No obstante, se reafirma al verse recordado en mitos y leyendas. A veces, de blanco tirando de la barca en la que llega Lohengrin a su orilla para reunirse con Elsa. Otras veces, de negro sobre un río también negro de Tuoni, con su sereno canto sobre las aguas del reino de los muertos. Esto último se narra unos cincuenta años después de que Andersen regalara a la humanidad su cuento, en El cisne de Tuonela, un poema sinfónico compuesto por finlandés Sibelius. Se dice de Tuonela que es un lugar oscuro -¿tal vez como la Gran Grieta?-, la morada de los que no son –tal vez como un pato feo o qué sé yo-.
Si cuando las luciérnagas nos parecen apagadas adivinamos su existencia por su sonido de grillo, puede que ocurra con el cisne que, cuando este no es norte brillante, lo veamos o como pato desubicado y curioso o como guía hacia unas de esas profundidades oscuras de un río celeste. Puede que deje de orientarnos en una navegación recta y nos esté abriendo bifurcaciones en forma de memorias y especulaciones, paseos nocturnos a plena luz del misterio, al ritmo de la perplejidad ante esas obviedades acumuladas que han tapiado poco a poco la capacidad de dudar en serio de la procedencia de algunos puntos de apoyo.
Y si después de todo utilizara esa frase que dice el título que no aparecería en el inicio de este relato, o bien estaría confirmando que el título era falso y que el relato empieza ahora, o bien estaría dando por sentado que antes había un punto fijo. Me perdería lo de deambular entre luces claras e intermitencias, huéspedes de miradas, incitadoras temporales al cambio de ángulo. Queridos referentes, tómense un descanso y dejen de ser guías para ir cambiando el lote de respuestas a preguntas que estamos enviando a reciclar.

Yo, aunque a ratos aún me vea feo y raro, por mi lado, voy a dejar de hablar de mí en tercera persona.
Firmado, Ánade
FEO
Lagunaspolaresygrietas_S.L.
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*H.C. Andersen, El patito feo, 1843
**Andrew Collins, The Cygnus Mystery, p. 5
Fotografía: Javier Pérez Tarruella,
Texto y dibujos: Irene Pomar
Un agradecimiento muy especial a Javier Pérez Tarruella por prestarme estas preciosas imágenes y contribuir a construir esta entrada y a Gabriel Castilla por las conversaciones y, por supuesto, por habernos puesto en contacto. Os invito a visitar el proyecto Geolodía que construyen con vocación e increíbles resultados.
En 2014, Jeff Gibbs donó en Kadiköy (Estambul) la palabra «Rêya Kadixê».
«Significa ‘Vía láctea’ en kurdo», me dijo.
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