Inmarcesible

POR ESPORAS

[versión 2] [ver la versión 1 en «ESFUERZO«]

Me gusta detenerme a primera hora de la mañana en esta parte ajardinada entre los bloques de viviendas mi barrio. Los pocos setos que circundan cada uno de los edificios son una atracción fatal para Filias, mi perro. Llevo años paseando por aquí y siempre dejo que tire de la correa hacia el bajo de la maceta que ya lleva unas semanas sin vida. Mientras, yo permanezco plantado en el camino de tierra y me cruzo con señoras en bata y pantuflas que me saludan y me cuentan cosas que olvido a los cinco minutos. Siempre dicen algo bonito de Filias, eso me gusta, pero dejo de prestar atención en cuanto se enciende la lucecita de la ventana que enmarca la vasija de barro yerma apoyada sobre uno de los barrotes blancos de la reja. Me encanta esperar el momento exacto en que asoma la cabecita curiosa por encima de esta maceta.

Antes, cuando íbamos a trabajar cada día, la chica permanecía en pie con una taza en la mano frente a esta ventana y nos escrutaba hasta el instante en que o bien ya tenía la información que necesitaba, o bien, simplemente, había terminado su café o su té. Caminaba entonces en dirección a otra estancia. En cuanto la luz de la segunda ventana se encendía, Filias y yo continuábamos nuestro camino.

Ahora, mientras estoy en este pasaje entre bloques de ladrillo, veo a esta vecina sentada. No hay desplazamiento. Aunque mantiene el reflejo de mirarnos por encima de su alféizar, lo hace desde una silla frente a una mesa que, al acercarme un poco utilizando a Filias de excusa, compruebo que está en un salón con vocación de oficina. Imagino que, por causa del confinamiento, todas esas torres que le rodean son libros, cuadernos y carpetas que encarnan asuntos laborales pendientes. 

 Mientras unos teletrabajan, yo estoy en casa con mi madre, esperando a que se abran nuevas oportunidades, ya que palabras como “aburrirse”, “preocuparse” o “desesperarse” están censuradas por el optimismo oficial. Menos mal que Filias me empuja a salir esas tres veces al día salvándome, sin duda, del abandono. Poco antes de comer suelo pasar de nuevo frente a la ventana de mi vecina. Se la ve perfectamente, ya que siempre tiene la luz encendida, aunque sea de día, todos sabemos que en estos bajos no entra luz natural ni por error. Es tal el silencio en esta zona, que si me acerco un poco puedo oír las teclas del ordenador y el tono de llamada de su móvil. Este sonido tiene el poder de cambiarle el color de la cara. En cuanto habla por teléfono o frunce el ceño frente a la pantalla, tiende a palidecer. Veo cómo le brilla la frente y sus dedos quieren hacerle de diapasón a un corazón visiblemente desorientado.

Esta tarde he decido salir un poco antes. Además, voy a ponerme el Spoti a todo volumen para sumergirme en algo que me extraiga de tanto silencio interno y ruidos ajenos. Mis cascos son siempre una invitación a cerrar los ojos y más si suena “Via Láctea” de Battiato. Estoy donde siempre, tarareando y danzando con el pie derecho, torpe y tímido, mientras Filias husmea en el seto bajo el alféizar de mi vecina atareada. Cuando abro los ojos, observo que algo ha cambiado en ella. Aunque está al teléfono, no parece sufrir. Me acerco y no veo bien lo que está haciendo, parece que garabatea a toda velocidad, a juzgar por el movimiento del brazo que habrá enviado el contenido de la llamada a un saco roto y lejano. Lo importante es que se vislumbra un conato de sonrisa en su gesto. Esto hay que celebrarlo.

Me acerco a Filias. Selecciono la mejor canción de Battiato para la ocasión. ¡Vamos! ¡Quien lo dude no sabe nada! Desconecto el auricular, apoyo el móvil en el seto preferido de mi amigo, y ¡PLAY! Los dos nos alejamos corriendo para escondernos tras los setos de enfrente. Casi puedo ver cómo las notas se filtran por la reja blanca directo al oído: “Busco un centro de gravedad permanente que no varíe lo que ahora pienso de las cosas, de la gente…”

(C) IPM, A ver cómo sale rodando la silla, 2020

Su mano vuelve a posarse en el corazón, pero los dedos bailan ahora al ritmo de mi música que promete poner de acuerdo a todo el cuerpo. Levanta la vista para asomarse por encima de la maceta en busca del origen del sonido. No nos ve. Cierra los ojos y, como venía anunciándose, está por fin en pie, ¡bailando! El cuerpo queda a merced de la melodía.

La silla ha salido rodando. Resopla e inspira dando la espalda a la pantalla, a los asuntos y a la eficacia. Con las palmas, el saxo y los coros, sus gestos desmenuzan la capacidad de concentración en esporas que vuelan hacia la ventana. Su misión: dividirse sin parar hasta crear nuevos seres en nuevos lugares. Paso a paso y girando las caderas al ritmo del sintetizador, mi casi amiga mira su maceta yerma y le dedica una reverencia. Sin duda, una forma de despedirse de las ganas de ser productiva. Así arranca el ritual con el que cabe esperar que sus capacidades exiliadas broten en mi alféizar. Ojalá. Así me daría por agradecido -aunque sea por esporas- por haber permitido que me observara tantas mañanas y, aunque ella no lo sepa, por regalarle esta canción.

Este relato está dedicado a la palabra INMARCESIBLE donada por Clara del Río.
Este texto ha sido escrito en el marco del curso de Técnicas Narrativas impartido por Néstor Belda, a quien agradezco su lectura y comentarios.
Texto e imagen: Irene Pomar

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