Tortuga

Una palabra donada por Mireia Papiol


tortuga.

(Del lat. tardío tartarūchus, demonio, y este del gr. tardío ταρταροῦχος, habitante del Tártaro o infierno, porque los orientales y los antiguos cristianos consideraban que este animal, que habita en el cieno, personificaba el mal).
1. f. Reptil marino del orden de los Quelonios, que llega a tener hasta dos metros y medio de largo y uno de ancho, con las extremidades torácicas más desarrolladas que las abdominales, unas y otras en forma de paletas, que no pueden ocultarse, y coraza, cuyas láminas, más fuertes en el espaldar que en el peto, tienen manchas verdosas y rojizas. Se alimenta de vegetales marinos, y su carne, huevos y tendones son comestibles.
2. f. Reptil terrestre del orden de los Quelonios, de dos a tres decímetros de largo, con los dedos reunidos en forma de muñón, espaldar muy convexo, y láminas granujientas en el centro y manchadas de negro y amarillo en los bordes. Vive en Italia, Grecia y las Islas Baleares, se alimenta de hierbas, insectos y caracoles, y su carne es sabrosa y delicada.
3. f. testudo.
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Soporte del mundo según las sociedades antiguas en América y en Extremo Oriente. Fuerza y poder creador en la sociedad hindú. Sabiduría y longevidad en China y según los aborígenes australianos… El oráculo vaticinó a Esquilo que moriría aplastado por una casa. Éste, habiendo tomado la precaución de alejarse de la ciudad para vivir en el campo, murió finalmente golpeado por el caparazón de una tortuga lanzado por un quebrantahuesos.

Casiopea se comunicaba con los humanos gracias a las palabras que se iluminaban en su caparazón, especialmente con su amiga Momo. Muchos recordarán cómo en la novela de Michael Ende los llamados hombres grises se acercaban a los ciudadanos armados de sus humeantes puros para proponerles un plan de ahorros que resultaba muy difícil de rechazar: el del ahorro del tiempo. Los maletines de puros contenían ese tiempo pactado, conservado y gestionado por los hombres grises y, éstos, se mostraban muy afanosos por obtener más y más, ya que temían que sus reservas pudieran estar vacías algún día o que, tal vez, no estuvieran suficientemente llenas. Normal.


Hay dos imágenes de este libro que he guardado en mi memoria, no sé por qué. La primera es la de una larga fila de sombreros grises colgados en la pared. Su forma evocaba una retahíla infinita de caparazones de tortuga huecos, una extraña asociación provocada por las fotografías que se iban formando en mi cabeza. La segunda imagen es la de algo que me recordaba a una pasarela de aeropuerto. Una larga cinta en un pasillo por la que Momo y Casiopea debían llegar antes que los hombres grises a la casa del tiempo, la Casa de Ninguna Parte; el lugar donde el Sr. Hora explicaría a Momo que el reloj que guardaba en su bolsillo no serviría de nada si no hubiera alguien capaz de leerlo. Así pues -decía-, mientras los hombres grises corrían rápida e inútilmente para alcanzar la meta antes que la protagonista, Momo seguía el ritmo del reptil el cual, siempre-lento-casi-estático, marcaba la pauta perfecta para alcanzar el tiempo que estaba a punto de perderse.

Me pregunto qué ocurriría si, en vez de caminar marcados por el metro, el coche, el trabajo y todas esas complejas y organizadas casillas que componen nuestra vida, anduviéramos siguiendo el ritmo de un ejército de tortugas. ¿Qué le ocurriría al Aquiles de la famosa aporía de Zenón? ¿quién sería?: recordemos que, dando cierta ventaja al lento animal antes de empezar su carrera, jamás logró alcanzarla ya que, cuando Aquiles llegaba al punto 1 por el que había pasado la tortuga, ésta ya había avanzado hacia un punto 2. A pesar de que la distancia iba disminuyendo, cuando el corredor se hallaba en el punto 2, el testudo ya estaba en un punto 3, y así reduciendo distancias hasta el infinito, en un esquema matemático ajeno a la realidad empírica. Tal vez Ende haya matizado esta aporía y su dimensión temporal haciendo que los hombres grises se encuentren en una versión nueva de esa paradoja ya que, según su experiencia, conseguir algo rápido requería moverse a una gran velocidad. Sin embargo, cuanto mayor era su velocidad más lejos en el horizonte quedaban Momo y Casiopea y -por qué no decirlo- más inalcanzable les resultaba el ansiado tiempo. 

En la vida real, ante un ejército de tranquilas tortugas, no sé por qué me parece que Aquiles el rápido y la sociedad de la eficacia -si no tropiezan con ellas- lograrían únicamente adelantarlas, avanzar en el espacio, pero jamás conseguirían disponer de su tiempo. Para ellas -las llamadas tortugas-, el tiempo se habría dilatado y desviado de la contabilidad en términos de eficiencia para pasar a vivir un largo instante molesto e inaprehensible para los apresurados que sobreviven en un ahora tras otro. La sociedad de la eficacia, pues, teme más el caminar de la tortuga y sus consecuencias temporales que la caída de una casa. Porque… ¿puede alguien explicarme cómo se roba un largo e indivisible instante?


 


| Textos: Irene Pomar |

 

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