Hedor

Una palabra donada por Tiznada
hedor.
(Del lat. foetor, -ōris).
1. m. Olor desagradable y penetrante.
Real Academia Española © Todos los derechos reservados

Tras años trabajando por que lo sorprendente se convierta en evidencia; comprendiendo y controlando esas reacciones que se filtran por los ojos y se escurren por los labios en forma de negaciones temblorosas; todos estos años gestionando la capacidad de expresión de los llamados sentimientos o emociones…; tanto trabajo, tanto… Y cinco minutos de una jornada de treinta y seis horas, unidas a una sola copa de vino, han llevado a Emanuel a descubrirse en la hora treinta y siete en medio de un terremoto. Imberbe.

Hasta hoy, 6 de octubre de 2013, vive como un médico de la peste acomodado en esa máscara en forma de pico de ave, cargada de hierbas aromáticas que le protegían de las oleadas de muerte negra que inundaron las calles de su Marsella natal en el siglo XVIII. Protegido de pies a cabeza, en cuanto falta el aire y asoma la duda sobre la eficacia de este dispositivo protector, respira hondo y se mantiene vivo como transeúnte embriagado por el perfume conservado en esa arcaica máscara de gas. Emanuel se preserva así de ese aire que se ha apoderado de los pulmones y los latidos de algunos de sus vecinos: la necesidad.

Hoy, 6 de octubre de 2013, Emanuel ha cambiado tres veces de opinión en cuanto a su porvenir, mientras entiende su presente como aquello que no desea que impregne su futuro. Mirando de reojo sus aspiraciones, su esternocleidomastoideo se cansa de sostener una mirada patética. Ya está penetrando el hedor de la necesidad subyacente. 

No se trata ni de excreción ni de penuria sino que el hedor que emana de esa necesidad proviene de un estado de cuestionamiento urgente y permanente. Huele a duda por todas partes y se la teme por ajena mientras que, sin filtros, tal vez se ansíe por inherente a la propia condición. 
 
Y es que la duda, su olor, no penetra por accidente en la máscara de las hierbas aromáticas que un maestro uniformizador regaló a cada individuo. La mirada de reojo que durante unos segundos se desvía del camino unívoco ha horadado el escudo como si de un breve contratiempo se tratara, permitiendo así que aires cargados de necesidad y de deseo neutralicen los perfumes y recubran paulatinamente los pasos venideros. Cuando esta mirada abarque un campo visual de el campo visual depor lo menos 150 grados, liberaráerguida y móvil- la tensión del esternocleidomastoideo y, tal vez, hedor y aromas invertirán sus valores…







|Texto: Irene Pomar|
 





 

 



 

 

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.