Obnubilado/a

Una palabra donada por Pilar Mun y María Yerba CR
[Conjugar] obnubilar.
(Del lat. obnubilāre).
1. tr. nublar (‖ ofuscar o confundir). U. t. c. prnl.
2. tr. embelesar. U. t. c. prnl.
3. tr. nublar (‖ enturbiar la visión). U. t. c. prnl.
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I. Preludio: Relato del día después
Ahí ocurrió todo.
En el lugar en el que, cuando amanece, a nadie le tortura el recuerdo de los brillos nocturnos que hechizaron sus pensamientos. El sol brilla justo en el momento en que la mente ya navega en la niebla y logra evadir las preguntas acerca de lo ocurrido horas antes.
Sí, el sol nos dio la oportunidad a todos de recuperar la vida construida, la rutina rigurosamente elaborada, el mundo lleno de imperfecciones contextualizadas, la continuidad de las sensaciones y los sentimientos.
El paréntesis de esa noche no ocupa un lugar ni un tiempo. No es sospechable ni concebible bajo la turbación de la niebla diurna. Sólo es, sólo ha sido, un paréntesis que se relega a sí mismo al plano de lo soñado.
No fue nada, no fue aquí. Sólo un punto en mi cerebro fácilmente ocultable pero imposible de borrar.


II. Relato del día…

Su entorno acústico lo componen el ruido de la impresora, el ronroneo estridente de la calefacción recién reparada en el despacho, la vibración de los mensajes whatsapp y de la actualidad y los anuncios de megafonía; lee los mensajes electrónicos, acumula datos por tratar, gestiona el tiempo de los otros, divide el suyo en minúsculos pedazos; dormir seis horas es una proeza y soñar en algo ajeno a la lista de tareas, una quimera. Lo más certero del día es un despertar seguido por el ritual de ponerse los calcetines. Siempre con un gesto precavido antes de que los pies se pongan en contacto con el suelo. Antes de levantarse se gira para mirar descansar a su compañero al que le toca el hombro tímidamente por no despertarle con un beso. Se gira de nuevo, ya con los calcetines puestos, y se dirige hacia la puerta de la habitación.

En el momento en que cruza el umbral todo se acelera paulatinamente: pone a calentar el agua, prepara su zumo de naranja, friega los pocos cacharros utilizados mientras decide qué té va a servirse hoy: un «mil y una noches». Ese respiro pautado de la hora del desayuno es una victoria, un logro que lo aleja del mal recuerdo de ese día en que un despertador olvidado -un pie saliendo de la cama con retraso- provocó que todas esas acciones preciosamente ritualizadas no pudieran ejecutarse al ritmo deseado; o que incluso tuvieran que ser sometidas a una selección o filtro. Sí, todo arranca como si de una base de datos se tratara: filtrando. Es, en definitiva, empezar cojeando una jornada de tropiezos garantizados.

(…)

Es un Homo faber contemporáneo -ora virtual, ora físico- y se aferra durante su semana a segundos en compañía de una infusión, a una hora y veinte de comedia, a un cigarrillo fumado en compañía, a un «me gusta» o a una «etiqueta», a una caricia furtiva en el hombro…; a toda una mezcla de procesos electrónicos, mecánicos y emocionales que se confunden en un calendario en el que no percibe el DÍA DESPUÉS del que una vez ensoñó el relato. 

El día después: el momento en que cierra los ojos y se siente lúcido, ilusionado por haber vivido un presente. El día después vivirá satisfecho por haber conocido un tiempo no gestionado sino transitado por miradas duraderas; lleno de conversaciones en vez de discursos; de amar además de gustar. El día después lo vivirá como un ahora repleto de detalles dulces y agridulces, indiscutibles, y que preceden un futuro lleno de «días después»…


Fondation Beyeler, Riehen/Basel: Fautrier vs. Giacometti (c) IPM

|Texto: Irene Pomar|

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