Prolijo

Una palabra donada por María Sánchez

El absurdo también se entrena
 
Su póliza de seguro les permite elegir este de aquí, dijo Carmen.

La forma parecía adecuada, clásica, y las dimensiones, también... No obstante a la señora X le horrorizaron las muescas inferidas en las aristas de la madera; el contorno de la tapa tenía hendiduras que alguien había tallado concienzudamente con la idea de embellecerla según un criterio estético hasta ahora desconocido para ella. Sin duda, la idea era dignificar una madera maltratada por un tinte brillante que dotaba al marrón oscuro de un tono antinatural, cuyo brillo nada tenía que envidiar al del Cristo metálico instalado en la cubierta.
Al ver las caras de aversión de la viuda y la hija, Carmen quiso explicarse: Verán, es un diseño que estuvo muy en boga hace un par de años. Si lo desean puedo enseñarles otros modelos pero no están cubiertos por su seguro y deberían ustedes abonar la diferencia. 
X se había fijado en un sencillo pero robusto ataúd de madera, de pino, seguramente. Pero al oír hablar de un suplemento de 3.000 euros, imaginó a su marido jurando y riendo. Así que se centró en otro. No era el ideal pero tanto ella como su hija Y entendieron que no existía tal noción en el ámbito del descanso enterno, así que estuvieron de acuerdo: queremos este, pero sin el crucifijo metálico, solamente la cruz en relieve de madera, del mismo color que  el resto; y nada de figuras de dudosa calidad artística.
Bien -concluyó Carmen- serán 257 euros más. De unos cuarenta y tantos, con un traje chaqueta impecable, un maquillaje que no dejaba un resquicio de cutis al descubierto, aguardaba erguida, distante casi amable, a que le entregaran la tarjeta para pagar el importe del ataúd elegido, sin dejar de tocarse un mechón de su melena larga, rizada y rubia platino.
Carmen rememoró en ese instante la sesión de coaching a la que ella y todos sus compañeros del tanatorio habían asistido esa semana. Era la primera de una serie de encuentros a los que nadie quería ir. Pero, en fin, este empleo requiere una excelente gestión del trabajo en equipo y un óptimo desarrollo de la empatía para con los clientes, especialmente los vivos. Por esa razón, la desgana no dejaba de ser una pequeña dosis de pereza que encubría mucha buena voluntad y motivación ante el posible aprendizaje. Todos los miembros de la plantilla esperaban una sesión magistral con alguna dinámica de grupo que les ayudara a desarrollar mejor esos aspectos. Carmen recordó cuáles habían sido sus expectativas ese primer día y cuál fue la primera frase pronunciada por el profesional del management y los recursos humanos, de aspecto informal, con fama de provocador, un canoso moderno, de voz experta y –ojalácon humor
No sé cómo funciona esto de los muertos ni me importa.
El entrenador sostenía en su mano el mando con el que pasaba, con salero y desparpajo, las diapositivas de ese poderoso Powerpoint. Ahí, en la página tres, estaban las siglas anglosajonas mágicas:

V.U.C.A.
Volatilidad
Incertidumbre
Complejidad
Ambigüedad

Así es el mundo hoy y a él debe adaptarse la empresa y su relación con el cliente: 
a un mundo en constante cambio; 
imprevisible e impredecible; 
con redes de causalidades lejanas y reticulares; 
y con una confusión e inversión latente en las relaciones de causa y efecto.
Esto despertó el interés de Carmen que miraba con complicidad a dos de sus compañeros, que también mantenían los ojos y los oídos bien abiertos. Pero esa primera frase de presentación, ese «no sé cómo funciona esto de los muertos ni me importa», retumbaba en su cabeza y perturbaba el estado cercano al entusiasmo hacia el que el coach quería dirigirles. Esa frase la había desconcertado tanto que la anotó en un post-it que quedaría adherido en su pantalla, donde sólo ella podría verlo. Debo pensar en esto, se decía. 

De vuelta a la gestión de esa mañana, X e Y siguieron a Carmen
, tarjeta de crédito en mano, para tomar asiento de nuevo y proceder a formalizar el pago. Y dejó pasar a su madre primero y se quedó algo rezagada viendo como la asesora tomaba asiento frente a su ordenador y se quedaba inmóvil ante el papelito amarillo. Por supuesto, Y no conocía el origen de la frase y a duras penas percibió la sensación de bochorno de su interlocutora quien no quiso tocar la nota, con la esperanza de que ese inmovilismo le quitaría hierro al asunto, ya se sabe: cuantas más explicaciones o excusas, más importancia se da a algo que no es más que una cita que uno no suscribe necesariamente...

Carmen hablaba mientras X e Y tenían en sus cuerpos y en sus mentes la experiencia de unos días que todavía no habían pasado y que ahora se entremezclaran con los recuerdos y la entereza logística. V.U.C.A… Veían aún cómo su difunto Z, en la cama del hospital, jugaba esos últimos días con las manos, como examinando sus dedos; de vez en cuando quería levantarse de la cama como activado por un resorte, olvidando que no podía caminar y cambiaba de idea de forma pacífica; ponía las manos en paralelo para invitar a su mujer a poner su rostro entre ellas y poder así acariciarla diciéndole «guapa»; quería arreglar, anudándolas, las cintas que colgaban de la capucha del chandal de Y, a ella también la llamaba «guapa» mientras la acariciaba. Viviendo aún todo esto, eran capaces de no extrañarse ante Carmen pidiéndoles 257 euros mientras ellas se planteaban negociar después con la aseguradora. V.U.C.A… Recordaban fotogramas de la convivencia, reconstruían la memoria emocionada mientras debían decidir el tipo de corona –insistiendo para que incluyeran margaritas en ella-, a la vez que, para el funeral, intentaban resumir en un recordatorio sin imagen lo mejor de la vida de Z. Efectivamente, la imagen impresa tampoco estaba cubierta por la póliza de seguro, como tampoco estaría incluido un segundo coche de acompañamiento… Pero, de nuevo, todo es negociable póliza en mano. V.U.C.A…


Mañana sería el velatorio. El cuerpo estará a partir de las 12:00. Al ver la cara de X e Y, Carmen prosiguió, con el teléfono descolgado, lista para confirmar la fecha a alguien que aguardaba al otro lado: El entierro tendrá que ser pasado mañana, día 25. Entiéndanlo, estas fechas son muy malas, la verdad, hay muchas defunciones estos días. Si no, tendría que ser en este otro cementerio pero aquí no tienen ustedes nicho familiar, aunque, por otro lado, sí tienen un nicho incluido en la póliza…

Volatibilidad, incertidumbre, complejidad, ambigüedad. Son cuatro palabras que pueden conllevar pasión, capacidad de improvisación, creatividad, planificación. Pero sin empatía y con un instinto absurdo y carranclón de supervivencia, el V.U.C.A. es fuente de estatismo, autodefensa y aburrimiento, mucho aburrimiento y, claro, mediocridad. ¿Sabía Carmen que se le había metido el V.U.C.A. en el despacho? Mejor dicho, ¿sabía Carmen que el aspecto menos interesante del V.U.C.A. nacía en su despacho? ¿Le había explicado el
coach que adaptarse al mundo es en realidad no dejarse arrasar por él, ni utilizarlo como excusa para abandonarse al caos convirtiéndose en un esbirro más de la inercia que no cree en la importancia de otro individualismo que no sea el del propio «yo»?

Reservaron para el día 25. X e Y marcharon dejando un post-it nuevo en la pantalla del ordenador de Carmen (al lado de la transcripción de las palabras del coach):

No sé cómo funciona esto de los muertos pero, mientras, voy a ver si dejo de ser un zombi y mejoro con los vivos.

Arturo Pomar, Puede que exista, 2003




|Imagen: Arturo Pomar|
|Texto: Irene Pomar|

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prolijo, ja
Del lat. prolixus.
1. adj. Largo, dilatado con exceso.
2. adj. Cuidadoso o esmerado.
3. adj. Impertinente, pesado, molesto.

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