Alunización

Una palabra donada por Txaro Cárdenas
¡Hola! Este relato y sus personajes nacieron con la palabra «pejiguera«. Léelo en el orden que tú quieras y descubre más aquí
Tanja se ajusta la placa cada media hora. No sabe quién la ha diseñado pero no parece adaptarse bien a la solapa de su americana. Es obligatorio que su nombre sea visible siempre. Son normas del hotel. Así pues, cada vez que da la espalda a un cliente que aguarda en el mostrador, aprovecha para asegurarse de que está recta. Todo un reto diario.

Llueve de nuevo. Como ayer y, seguramente, como mañana. Sin sorpresas, ni luz, ni astros y con el reloj y el hambre como únicos indicativos del paso del tiempo. Los clientes cruzan la puerta giratoria y todos efectúan el mismo ritual: un movimiento de cabeza canino y uno de manos propio de los gorilas. El resultado, el suelo del recibidor permanentemente empapado de gotas fuera de contexto; brillantes por un instante sobre las baldosas marmóreas, motas marrones al cabo de pocos minutos. Una superficie resbaladiza que mantiene en guardia a Herr Schulz y su fregona.

Schulz aguarda en la sombra de la columna, también marmórea, sabiendo que no resulta estético que su uniforme azul sea lo primero que avisten los visitantes. Debe cederle, siempre, siempre, el protagonismo a la sonriente Tanja. Ella está siempre, siempre, a punto para adivinar si será un «guten Abend», «bonsoir», «good evening» o «buenas tardes»… Ojos azules contorneados por un «kohl» impecable son los personajes clave para su representación. Una mirada directa, atenta y amiga coherente con el castaño claro de su corta melena y los labios apenas maquillados.
Respondiendo a la pregunta de los lectores, la respuesta es sí. Con Tanja hicieron una excepción sin precedentes. Le dejaron ser la responsable de Atención al cliente a pesar de sus tatuajes en la nuca y en el antebrazo. Incluso accedieron a buscarle un uniforme de su talla 42-44 aunque, en general, según la política tácita del hotel, las recepcionistas no suelen vestirse con uniformes de más de una 38. Al parecer, el hecho de hablar cinco idiomas, así como su capacidad resolutiva cercana al infinito, fueron razones de peso para hacer la vista gorda con ese reglamento no escrito.
En este instante, mientras Schulz friega el suelo, Tanja acaba de acompañar a un joven cliente al ascensor. Nunca había visto a alguien tan contento al leer el número de la habitación (530) . «Estos hexafóbicos cada día están peor», piensa en alemán. Ya está de nuevo tras el mostrador y endereza su placa. No hay clientes a la vista. La tarde se presenta tranquila, así que puede dedicarse a atender reservas online y actualizar la base de datos. Si no, el turno se le va a hacer eterno. 
La lluvia se ha tomado un respiro. Ante la calma, Schulz empieza a retirarse; ya son cerca de las diez y parece un buen momento para cambiar el agua y fumar un cigarrillo. Tras haber ordenado, sitúa su rubio en la boca mientras se cubre con la chaqueta por encima del mono y enfila hacia la puerta giratoria. 

Algo falla. No gira. Se da la vuelta para interrogar a su compañera. Tanja sigue en pie detrás del mostrador. Está inmóvil como la puerta, con su mirada hacia la entrada y acorde con la media sonrisa. Schulz intenta empujar de nuevo, sin éxito. Ve la calle recortada por los reflejos de los neones sobre los cristales. Parece que fuera hay alguien que aguarda a que se mueva. Al interpelar a Tanja, ésta sigue en su puesto, quieta, lista para recibir al próximo cliente. «¿Qué le pasa a esto?», gruñe Schulz, forcejeando y haciendo una señal para pedir paciencia a la persona que aguarda en la calle. 
El cigarrillo cae de su boca para posarse en un charco sobre el que no había reparado. El agua avanza lentamente hacia el interior por debajo de los paneles de la giratoria semiautomática. Todo indica que proviene de fuera. Esforzándose por ver algo tras los cristales, un volumen blanco y negro en el suelo llama la atención de Schulz. Se diría que está situado a los pies de la persona que aguarda fuera. Un movimiento brusco sacude la puerta pero sigue bloqueada. A este le siguen otras convulsiones. La masa blanca y negra parece ser el origen pero nada empieza a tomar sentido hasta que Schulz percibe una cola de animal marino… «¿Pero qué…? ¡Tanja!», grita.
Tanja endereza su placa y camina, por fin, hacia la entrada. Recoge el cigarrillo empapado y se lo ofrece a su compañero que la contempla perplejo y suplicante. Al ver que hay un cliente en la calle que parece querer entrar en el hotel, procede a ayudar a empujar. Con los dos manos a la obra, los paneles empiezan a desencajarse de su eje y a caer como pétalos estrenduosos. Tanja, Schulz y el cigarrillo se han agazapado en el centro del recibidor empapado, huyendo de ser aplastados por la puerta descompuesta. A coletazos y marcha atrás, avanza y queda atrapada la orca, como en una gatera hecha a medida para otro. Tras ella, Tanja reconoce al cliente de la 530: Herr Lucas Vilanova. No hay una explicación obvia para comprender cómo llegó Lucas a la calle sin pasar por el mostrador…
La responsable de Atención al cliente se pone en pie, coloca su placa y va a buscar el cubo lleno de agua limpia. Con él empieza a rociar a la orca, mientras Schulz friega y escurre el mocho en el recipiente. En una suerte de ciclo de Sísifo colectivo, así hidratan a la protagonista del sueño de Lucas el hexafóbico, mientras este, desde la calle, activa el altavoz de su dispositivo para compartir su nueva música con los empleados; y canta Gurruchaga: La luna llena nos llamó…

|Texto: Irene Pomar|

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La palabra alunización no está en el Diccionario.
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