Tamiz

Una palabra donada por Mª Antonia Coromina


Examen A-5

– Cada mañana se le hacía tarde, me cuenta. Y cada tarde decía que mañana, a más tardar… ¿Usted siempre habla así?  

– Sí, cada mañana. 

Me acuerdo de ella. Siempre incidía en cuál era el modo correcto de escribir la «a» minúscula. Primero, un arco hacia arriba, a continuación había que descender retrocediendo para iniciar un círculo en el sentido contrario al de las agujas del reloj, hasta que la línea se uniera allí donde se detuvo el primer arco: a la altura de la una o las dos de ese reloj imaginario. 

Al niño que no lo hacía así lo obligaba a salir a la pizarra a practicar: a, a, a, a, a… 

(c) IPM, a, a, a, a,  25/12/16
Yo lo hacía bien. Siempre. Hoy en día, no. Me he contagiado de algo aleatorio que me lleva a una caligrafía variable. Pero, por aquel entonces, yo, yo lo hacía bien. A mí, a mí nunca me castigó. Tampoco me parecía tan grave la forma en que uno escribiera la «a». En definitiva, es un dibujo que al final se interpreta correctamente, lo haga uno como lo haga. Pero, por otro lado, tampoco me costaba tanto hacerle caso a la maestra. Más aún cuando nos demostraba que trazar una «a» siguiendo otro recorrido como, por ejemplo, iniciándola con un arco que desciende cóncavo hacia la derecha, implicaba un gesto redundante; una pérdida de tiempo desdichada en el momento de escribir un dictado.

Sin embargo, este argumento no se sostenía con la escritura del número cinco, si bien es cierto que en los dictados había que escribirlo en letras… Nos decía que primero había que trazar el tronco y la barriguita para concluir, de un salto, con el palo horizontal en la parte superior. No obstante, pensaba yo, ni se ganaba ni se perdía tiempo siguiendo otro orden. Así pues, ¿dónde estaba el interés? ¿Evitar que con las prisas y queriendo empezar por arriba y de un solo trazo el cinco se convirtiera en «s»?

– (para sí) Corrección, tiempo, belleza y comprensión es el sentido del respeto de un código ritualizado. Desacuerdo implícito e involuntario por parte del entrevistado ante…

– ¿Cómo dice?

– Sí, continúe, por favor.

– No sé qué más contarle. ¿Cuál era la pregunta?

– Hablábamos de su tendencia a llegar tarde. Pero luego recordó usted sus clases de caligrafía durante la escuela primaria… Usted dirá.

– ¡Ah sí! mis retrasos. Pues eso, que llego tarde pero llego.
– ¿Por qué no puede llegar pronto?

– Sí que puedo. Yo no he dicho que no pueda.

– ¿Entonces es que no quiere?

– No, yo no he dicho eso. No sabía que el único verbo alternativo a «poder» era «querer».

– ¿Perdone?
– Que una persona diga que sí puede llegar puntual y, aún así, no lo haga, no implica inevitablemente que no quiera, o que quiera llegar tarde.

– Pues ya me dirá.

– Claro. No es que no quiera llegar puntual, es que no le veo el interés a empezar el día corriendo para llegar a en punto. De mi casa salgo siempre a la misma hora. Pero a veces llego a las ocho y otras, no. Pero esos cinco minutos de retraso, o diez (lo admito), no me preocupan. Simplemente me es indiferente. Sin embargo, constato que haciendo todo exactamente igual por mi parte, nunca ocurre exactamente lo mismo. Mi entorno no puede garantizar la regularidad que usted me pide. El metro con sus túneles y suicidas, los semáforos, la puerta que hay que aguantar, los músicos, el señor al que le regalo un café para llevar porque hace frío… Yo qué quiere que le diga. No pueden cargar sobre mí esa responsabilidad. Mundo cambiante, horario cambiante. ¿No?

– A ver… Vamos a ver… Me tiene usted estupefacto. ¡Pero si antes llegaba puntual! Digo yo que saldría usted a la misma hora y todas esas eventualidades estarían ya ahí.

– Sí. En eso lleva usted razón. Pero como no las veía…

– ¿Cómo que no las veía? ¿Entonces qué podemos hacer para que vuelva usted a recuperar la sana costumbre de llegar a la hora?

–  No las veía, no. Ni miraba. Iba respondiendo llamadas o mensajes, así que los que caminaban detrás de mí se comían sistemáticamente la puerta, el café para el tipo de la calle, ni por error. Vamos, es que ni «buenos días». Como tenía prisa, tenía que solventar el retraso del metro caminando rápido. Así que ni miraba, ni veía, ni oía… No se puede hacer todo. O llegar pronto o mirar.

– Esto que dice es una barbaridad.

– No, claro. Usted lo que quiere es que yo salga antes de casa para poder tener tiempo de mirar. Pero es que a mí no me pagan por eso. 

– Pero le pagan para llegar pronto.

– Sí. Pero si ponen por el camino tantos azares que me entretienen, no están garantizando los medios para que llegue a mi hora. 

– Pero desde la empresa no le ponemos esos azares, como usted dice.

– No, pero quieren que haga como si no existieran. La verdad, si siguen así, estarán admitiendo que quieren a un personal que camine con orejeras, sin mirar o, peor aún, a trabajadores que, aun viendo, anden en línea recta como si nada. Y eso de trabajar con cortos de mira me parece algo muy, pero que muy grave, especialmente para una óptica.

– Madre mía… Bueno. Acabó el tiempo de entrevista. Le voy a dar cita de nuevo la semana que viene. Tenemos que aclarar muchas cosas todavía. De momento firme aquí, por favor. 

– ¿Qué es?

– Para dar fe de que ha venido a la entrevista y que se compromete a esforzarse por mejorar sus relaciones con la empresa.

– Ah. Entiendo…
– Usted firme aquí. Es una formalidad. Le espero el martes que viene a la misma hora. Como no habrá muchas eventualidades acaecidas entre la primera y la tercera planta, cuento con su puntualidad.

– Claro que sí. No se preocupe. En el seno de la empresa, preveo ese tiempo necesario para el desplazamiento, me parece justo. Hay que respetar a los compañeros. Es distinto. Además no implica robarle el tiempo que le debo a mi casa.

– Ya… Oiga, ¿qué ha puesto en la firma?

– «a, a, a»

– Ya pero, ¿y su nombre no es Juan?

– Sí. 

– Pero firma usted «a, a, a»
– Sí. Hasta que lleguemos a un pacto sobre la consideración que merecen las eventualidades en el trayecto, me ha parecido coherente firmar de acuerdo con su estándar; así, sin mostrar una personalidad excesiva o una excesiva personalidad tendiente al protagonismo o al individualismo. Esto es, como una «formalidad», ¿no? 

– Oiga, no se pase, que no queremos suprimir la personalidad de nadie.
– No, si ya lo sé. Es lo que le contaba. Es más un problema de vista, y no tanto de querer o poder, ¿verdad? Ni se preocupe. Si yo lo entiendo. Seguimos la semana que viene. A las cinco, ¿no? Puntual.
Modell vor « dem Großen Glas » von Marcel Duchamp, Philadelphia Museum of Art, 1954
© Munchner Stadtmuseum-Sammlung Fotografie, Archiv Hermann Landshoff – courtesy Schirmer-Mosel 

|Texto: Irene Pomar|

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tamiz
Del fr. tamis.
1. m. Cedazo muy tupido.
pasar algo por el tamiz
1. loc. verb. Examinarlo o seleccionarlo concienzudamente.

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